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A través de Bloguzz recibo un adelanto de la nueva novela de Isabel Allende, “La Isla Bajo el Mar”, que cuenta (según rezan los textos promocionales) “la azarosa historia de una esclava en el Santo Domingo del siglo XVIII”. No siendo fan de la autora (no habiendo leído, de hecho, más que fragmentos sueltos), y no teniendo particular interés ni en las esclavas ni en Santo Domingo ni en el siglo XVIII, me encuentro un tanto escéptico cuando me siento en el sofá a leer el libreto que contiene, al parecer, lo que serán el prólogo y los tres primeros capítulos de la novela.
Conforme avanzo, todas mis expectativas se cumplen. Allende tiene oficio, pero también vicios. Casi 30 años de best-sellers le dan libertades que otros autores no pueden tomarse. La historia comienza despacio, y en ninguno de los tres capítulos se menciona siquiera a la que se supone protagonista de la novela (aunque esto podría ser un fallo de promoción, y no de la autora). Su prosa es precisa aunque un tanto edulcorada, con excesiva tendencia a las oraciones de al menos tres líneas. Entre tanto amago de poesía, tan pronto se le escapa un tópico como una imagen realmente singular, de las que gusta paladear y brillan como gemas entre la arena del resto de la página. Así, con luces y sombras, la historia crece lentamente personaje a personaje y se atisban ya los primeros conflictos (el militar y el terrateniente encaprichados de la misma cortesana), generando unas expectativas que Allende, sin duda, sabrá satisfacer.
En definitiva, “La Isla Bajo el Mar” ofrece lo que se puede esperar de un best-seller contemporáneo escrito por una mujer: ambientación de época, mujeres fuertes, hombres enamorados, clases altas y bajas, un título pomposo y un estilo siempre un punto por debajo de lo cursi. El público de Allende no va a crecer con esta novela, pero tampoco va a disminuir.
Cuando pensé que las novelas de Perdidos me ayudarían a matar el mono hasta que la sexta temporada empiece el año próximo, sabía que me arriesgaba a leer libros mal escritos. Pero no estaba preparado para esto:
-Gracias -le dijo con gratitud. (Pág. 28)
Un complemento adverbial redundante que, encima, es una abstracción. No es ya que el libro parezca escrito por una quinceañera con problemas de aprendizaje. Además, es que es aburrido hasta decir basta.
Sin embargo, decidí terminarlo porque ejemplifica tantos errores que… en efecto, ¡se puede aprender de ellos! Me costó lograrlo, ¿eh? Continuamente me rechinaban los dientes con cosas como esta. Un personaje acaba de ser apuñalado:
Su rostro registraba sorpresa, confusión, y dolor. (Pág. 169)
¿Se puede ser más evidente? En fin, perlas como esas hay muchas, pero ahora no me voy a poner a buscarlas. Si en frases sueltas se puede apreciar lo superficial del texto, imaginaos en párrafos, páginas y capítulos enteros.
Los caracterización de personajes es superficial, sus acciones son inconsistentes, las descripciones no resultan en absoluto visuales, el suspense no existe, las escenas de acción son confusas, la protagonista es apática (a veces te ríes de lo tonta que es, a veces te dan ganas de pegarle con el libro en la cabeza)…
Pero de todos los libros me gusta aprender lecciones, y este no iba a ser una excepción. La autora no parece seguir ninguna de las pautas o reglas que los teóricos o yo inculcamos, y de hecho no logra ninguno de los objetivos que se persiguen al seguirlas. Así que quizá no andemos del todo desencaminados. Si bien no me gusta enseñar lo que no se debe hacer, a veces está bien verlo hecho para no repetir los errores de otros. Vamos, que me daré un descanso y e el futuro cogerle el siguiente. Con dos pares. Y si alguien se atreve, que me siga.
De compras: Perdidos: Especies en Pelibro de Extinción, de Cathy Hapka