Javier Marías no planifica

A mí me gusta, por el contrario, averiguar la novela a medida que la voy escribiendo. Siempre recuerdo que la palabra inventar etimológicamente viene del latín invenire, e invenire en latín lo que quería decir era hallar, descubrir, averiguar. Es decir que etimológicamente -al menos- la invención y la averiguación o el hallazgo tienen la misma raíz. Entonces, uno averigua a medida que inventa. Yo me permito trabajar mucho sobre la marcha, incorporar cosas que en modo alguno tenía previsto, entre otras cosas porque no deseo tenerlo previsto.

Publicado en el diario Clarín y recogido en el blog oficial de Javier Marías, que recoge sus apariciones en prensa (tanto sus columnas como los artículos que hablan de él) y que por supuesto os recomiendo.

Microrrelatos

Escribe el amigo Darksei: «me gustaría proponer como segundo ejercicio, un microcuento, de un tema a alegir por ti (que sea sencillito, je je) y de un número recucido de caracteres: Entre 100 y 200 palabras.»

El microrrelato es una forma de ficción muy interesante de la que hablaremos en algún momento, más adelante. Por el momento estoy evitando mencionar siquiera la microficción, no porque no me guste (que me encanta) sino porque ya me ha ocurrido en talleres anteriores que una vez que empiezas a escribir microrrelatos, resultan tan cómodos que es difícil volver a pensar en algo más largo, no digamos ya un largometraje o una novela. Así que es mejor evitar malos vicios demasiado pronto.

De todas formas, por su extrema brevedad, no permiten desarrollar la mayoría de los conceptos que estamos estudiando: ni estructura, ni línea temporal, ni caracterización de personajes… Por supuesto son geniales para practicar el sintetismo (¿se dice así?) pero creo que tenemos cosas mejores que practicar por el momento. Así que, amigos fans de los microrrelatos, ¡paciencia!

Mejores primeras frases

Hace tiempo mencioné lo importante que puede ser una buena primera frase para enganchar al lector, como lo puede ser una primera escena potente para enganchar al espectador. Hay quien discute que no es necesario, que a veces hay que empezar despacio e ir dando tiempo a que la historia crezca, y sin duda ciertas historias pueden requerirlo así, pero lo cierto es que no podemos dar por sentada la paciencia del espectador y cuanto antes nos ganemos su atención, mejor.

Línea uno
Línea uno

The American Book Review publicó hace unos meses su particular selección de las 100 mejores primeras frases de novelas. Entre ellas hay algunas indiscutibles:

– Es una verdad universalmente reconocida que todo hombre soltero en posesión de una buena fortuna debe estar en busca de esposa. (Jane Austen, Orgullo y Prejuicio)

– Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. (Vladimir Nabokov, Lolita)

– Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. (Charles Dickens, Historia de Dos Ciudades)

– Era un día luminoso y frío de abril, y en los relojes daban las trece. (George Orwell, 1984)

Otras, personalmente, me parecen más discutibles. La de Moby Dick por ejemplo es el tipo de frase que sólo tiene fuerza en retrospectiva, para quien ya se ha leido la novela, pero que de por sí no engancha al lector:

– Llamadme Ishmael. (Herman Melville, Moby Dick)

Lo que más echo en falta son ciertos grandes ausentes. Dónde está…

– Cuando Gregor Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. (Franz Kafka, La Metamorfosis)

Si habéis leido alguna de estas obras, decidme que estas líneas no os despiertan grandes recuerdos. Y si no lo habéis hecho, decidme que no os han despertado las ganas de saber más.

Podríamos hablar de qué hace buena a una primera frase, pero por el momento dejaré otra pregunta: ¿cuáles son vuestras primeras líneas favoritas? O mejor aún, ¿cuáles son vuestra primeras líneas?

De compras:
Jane Austen, Orgullo y Prejuicio
Vladimir Nabokov, Lolita
Charles Dickens, Historia de Dos Ciudades
George Orwell, 1984
Herman Melville, Moby Dick
Franz Kafka, La Metamorfosis
(El jueves 5 de marzo, gastos de envío gratis en CasaDelLibro.com)

Del libro al cine, un viaje peliagudo

Copio el título del artículo publicado ayer en el diario El País. Trata un tema del que ya hablamos hace tiempo en el podcast: los intríngulis de la adaptación cinematográfica de obras literarias. La profusión de ejemplos que contiene ilustra la lucha de egos que suele suponer el proceso. El artículo es realmente interesante.

Mi opinión al respecto ya la conocéis. El objetivo de la adaptación debe ser una buena película. Si para conseguirla hay que ser fiel al libro, adelante. Pero una novela no se lee en dos horas, por lo tanto no cabe entera en un largometraje. En el instante en que se empieza a adaptar, la fidelidad es imposible. Inmediatamente se aplican dos modificadores inevitables: la tijera y el formato. Y de ahí derivan infinitos reajustes.

Intentar ser fiel es presuponerle a la novela una perfección impropia de obras humanas. Intentar ser fiel a menudo acaba por conducir a una serie de clichés que restan personalidad al film resultante: voces en off que respetan la voz narradora original en detrimento de la narración cinematográfica que debiera ser fundamentalmente visual; sobreabundancia de personajes o acontecimientos, con la consiguiente superficialidad de los mismos; falta de estructura y/o ritmo, etc. Y por supuesto, subyugar la creatividad de guionistas, directores, intérpretes y otros miembros del equipo creativo a una sola voz ajena al proceso cinematográfico es la definición de la palabra castrante.

Ciertos autores parecen olvidar que la película no sustituye a la novela. No la puede traicionar, puesto que no la reemplaza. Tampoco la completa, puesto que ya está terminada. Quizá novela y película sean primas hermanas, pero los pecados de una no condenan a la otra. Cada una tiene sus propios padres, responsables de su formación. Llevan existencias independientes.

No caigamos en el error de la cabra y comparemos lo que no tiene nada que ver.

Son incontables los ejemplos de adaptaciones libres que han pasado a la historia del cine por méritos propios, tomando sus originales literarios como inspiración y no como palabra sagrada. Ahí está el «Apocalypse Now« de Coppola, que respira los aires de «El Corazón de las Tinieblas« de Conrad pero los sopla sobre otras tierras. Ridley Scott apenas debía acordarse de qué iba el «¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas?« de K. Dick cuando finiquitó «Blade Runner«, a juzgar por su escaso parecido. El autor de la novela «Alguien voló sobre el nido del cuco« demandó a los productores por cambiar el punto de vista. Los fans de «El Señor de los Anillos« chillaban ante la aparición prematura de Arwen o la ausencia de Tom Bombadil. Al pensar en Hitchcock, ¿cuántos se acuerdan hoy de que «Psicosis« está basada en una novela «pulp» de Robert Bloch, o de que «La Ventana Indiscreta« , «Vértigo«, «Extraños en un Tren«, «Rebecca«… son todas adaptaciones literarias? Kubrick y Clarke escribieron juntos el guión y la novela de «2001: Una Odisea del Espacio« respectivamente, pero cada uno especializó su obra siguiendo derroteros totalmente diferentes. Estas enormes infidelidades no impiden que estos títulos se encuentren entre las mejores películas de la historia del cine. Y eso, queridos amigos, no hay escritor egocéntrico que lo discuta.

De compras:
«Apocalypse Now Redux« adapta «El Corazón de las Tinieblas« de Joseph Conrad.
«Blade Runner« adapta«¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas?« de Philip K. Dick.
«Alguien voló sobre el nido del cuco« adapta la novela de Ken Kesey.
«El Señor de los Anillos« adapta las novelas (La Comunidad del Anillo, Las Dos Torres y El Retorno del Rey) de J.R.R. Tolkien.
«Psicosis» adapta la novela corta de Robert Bloch.
«La Ventana Indiscreta« adapta el relato de Cornell Woolrich.
«Vértigo (De entre los muertos)« adapta la novela de Pierre Boileau y Thomas Narcejac.
«Extraños en un Tren« adapta la novela de Patricia Highsmith.
«Rebecca« adapta la novela de Daphne Du Maurier.
«2001: Una Odisea del Espacio« se escribió paralelamente a la novela de Arthur C. Clarke.

La importancia de desechar buenas ideas

Esta vez la reflexión nace a raíz de algo que alguien dice que dijo Steve Jobs (Apple). Sea cual sea el origen, os recomiendo leer la historia completa aquí.

Para los perezosos, lo resumo. A la hora de desarrollar un producto, es fácil descartar las malas ideas. No es difícil tampoco identificar las ideas mediocres y deshacerse de ellas. Pero si se trabaja a fondo, aún quedarán sobre la mesa innumerables buenas ideas, y en esas circunstancias es fácil perder la perspectiva de que es imposible implementarlas todas. Intentarlo impedirá concentrar esfuerzos en ninguna de ellas, y el resultado será un producto lleno de buenas intenciones mediocremente ejecutadas.

Aunque esta teoría hable de empresas, trabajadores y productos, podemos aplicarla igualmente a creatividad, escritores y novelas: un exceso de ideas (por buenas que sean) impiden profundizar lo bastante en ninguna de ellas como para que el texto resulte interesante por ninguno de sus enmarañados contenidos.

Otro error típico de principiante (y en el podcast ya he hablado de unos cuantos) es intentar escribir una novela o largometraje que resuma nuestra visión del mundo, nuestras opiniones sobre política y sociedad, sobre el amor y sobre cualquier otra cosa de la que uno crea tener algo que decir. El resultado suele acabar distando mucho de ser una obra literaria, y parecerse más al monólogo etílico de quienes arreglan el mundo de madrugada desde el sofá de su casa. Tampoco hace falta ser monotemático, es bonito ser plural y el mundo es poliédrico. Precisamente por esto último, no intentemos meterlo entero en un fragmento de ficción.

Recordad que Poe recomendaba centrarnos en el efecto que pretendemos causar con nuestra historia y no desviarnos de él. Recordad lo que dice Michael Ende respecto a ocuparnos de una sola cosa cada vez. Recordad que las capas de una historia son contenido, forma y tema (o temas, pero en un plural pequeño que no pretenda abarcar todo el abanico de la experiencia humana). Recordad también lo que dijimos sobre las abstracciones, sobre percibir el mundo a través de los sentidos y que sea nuestra experiencia la que interprete lo vivido. No escribáis ensayos, no deis lecciones, pero sobre todo, no deis todas las lecciones. Elegid unas pocas buenas ideas y centraos en ellas. Vuestros lectores os lo agradecerán. El resto de las buenas ideas, las descartadas… bah, con el tiempo ya veréis si funcionan bien en alguna otra parte o si (seguramente) se os ocurren otras todavía mejores.

Cómo barrer una calle o escribir una novela

Dice Beppo Barrendero:

Momo, de Michael Ende
Momo, de Michael Ende

«Las cosas son así: a veces se tiene ante sí una calle larguísima. Se cree que es tan terriblemente larga, que nunca se podrá acabarla, se cree uno.

«Y entonces se empieza a dar prisa. Y cada vez se da más prisa. Cada vez que se levanta la vista, se ve que la calle no se hace más corta. Y se esfueza más todavía, se empieza a tener miedo, al final se está sin aliento. Y la calle sigue estando por delante. Así no se debe hacer.

«Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez, ¿entiendes? Sólo hay que pensar en el paso siguiente, en la inspiración siguiente, en la siguiente barrida. Nunca nada más que en el siguiente.

«Entonces es divertido; eso es importante, porque entonces se hace bien la tarea. Y así ha de ser.

«De repente se da cuenta uno de que, paso a paso, se ha barrido toda la calle. Uno no se da cuenta de cómo ha sido, y no se está sin aliento.

«Eso es importante.»

«Momo«, de Michael Ende
(traducción de Luis Ogg)

El Curioso Incidente del Perro a Medianoche

Desde que terminé de leer este libro hará cosa de un mes, no encontraba el momento de recomendarlo.

El curioso incidente del perro a medianoche
El curioso incidente del perro a medianoche

«El Curioso Incidente del Perro a Medianoche« me ha enganchado hasta el punto de despachármelo en tres tardes, y eso que no soy de leer rápido, ni mucho menos de jactarme de hacerlo, primero porque no lo hago, y segundo porque suele ser síntoma más de autocomplacencia que de placer por la literatura, opino. Pero (y esto sí es típico de mí) divago. Para el lector, decía, el libro es una delicia llena de recompensas a cada pocos pasos. Pero no me detendré a hacer una reseña al uso (principalmente para no contar de qué va y porque ya hay otros chorrocientos blogs que lo hacen) y en cambio hablaré de sus aciertos a nivel literario. Este segundo análisis «de escritor», independiente como ya dije del mero placer lector, también deriva en unas cuantas lecciones gratificantes.

La mayoría de los aciertos del autor, Mark Haddon, son fruto de la elección del narrador y protagonista (en otras palabras, del narrador en primera persona), un chico de 15 años que padece cierta forma particular de autismo. Para empezar, la narración es directamente sensorial, según el niño percibe el mundo, ya que sus capacidades de análisis y síntesis son limitadas. Las digresiones (que las hay en abundancia) se difieren a capítulos independientes que no suelen entorpecer el flujo narrativo (salvo quizá puntualmente hacia el final), sirviendo estos de complemento a la comprensión del personaje y dejando la narración propiamente dicha libre de interrupciones.

Por momentos, además, el narrador no es fiable, rellenando el lector (con su conocimiento del mundo, su capacidad de deducción y su imaginación) los huecos que el protagonista (por adolescente o por autista) no es capaz de comprender. ¿Implicación del lector? Otro acierto.

¿Cómo justifica el autor que un joven autista se detenga a contarnos su historia tan extensamente? Por un lado, hace que su personaje sea aficionado a la lectura, lo que justificaría que sepa defenderse escribiendo, y de paso es un importante punto a favor de la identificación del lector con el personaje, pues garantiza que tendrán algo en común (veáse «La Sombra del Viento» como ejemplo reciente y popular de protagonista lector). Además, una vez que el niño se detiene conscientemente a escribir su experiencia, recibe consejos de una profesora, con lo que obtenemos pequeñas guindas de metaliteratura: «una buena historia debe contener tal elemento, y por eso yo ahora lo introduzco aquí, así». Interesante. ¡Y diferente! Y ayuda a suspender la incredulidad, porque ¿cómo puede este «niño» escribir de forma tan fluida? Porque lee mucho y porque tiene quien le aconseje. (¡Anda! Como vosotros… ;-)

Por último, el niño (como niño que es) utiliza también elementos no narrativos: dibujos, diagramas, etc., que no sólo enriquecen la lectura sino que la diferencian de la mayoría de las novelas del mercado.
Gracias a estos sencillos elementos, el autor consigue un texto al mismo tiempo accesible y diferente, que es al fin y al cabo lo que podría esperarse de un texto creado desde los mecanismos mentales del autismo. ¿El resultado? Sin duda una experiencia conmovedora.

De manera similar, esta recomendación literaria ha quedado bastante distinta a la mayoría de las que circulan por la red, ¿no creéis? Debería ser así, pues el punto de vista de quien la escribe no es el habitual (el de un lector) sino uno menos común (el de un escritor). ¿Os sugiere eso algún enfoque sobre cómo crear personajes o narradores interesantes, por diferentes?

Hoy os dejo la recomendación, y dentro de unos días, esperando quizá que le hayáis hincado el diente, volveré a hablar de este libro para especular cómo pudo haberse concebido, o dicho de otra forma, intentar poner un ejemplo de cómo los conceptos teóricos que vemos en el taller se pueden ir poniendo en práctica por etapas. Pero hasta entonces, disfrutad de uno de los mejores libros que hayan caido en mis manos este año.