Crítica

El Faro (Motril) 12-nov-2004

Escenas de El OtroUn día de esos regresas a casa del duro trabajo de oficinista (o de torero), conectas una videocámara que hay por allí y sorprendes en la pantalla del televisor a tu legítima esposa cantando «La Traviata» en brazos del otro y, por momentos incluso, chillando más que la niña, rediviva, del exorcista. Y resulta que el tal otro (Quique, para más señas) es también «tu otro» en los juegos lascivos, si ingenuos, del lecho… de plumas. Bien, el asunto te lo tomas con la deportividad y la bonhomía que tanto caracterizan a quien se reconoce poseedor de la sartén, cogida por el mango inasequible al desaliento. Pues el otro se lo hace indistintamente con ambos (contigo y con ella), a partes iguales y con la discreción debida para este tipo de menesteres. Ya está: el triángulo se ha formado llevando hasta la hipotenusa los dos catetos (Carlos y Laura, que tanto montan y son montados).
Y el juego de equívocos, ingenioso e ingenuo, se expande durante una hora por la escena alcanzando el patio de butacas donde un público radiante se ríe y se ríe y celebra las ocurrencias y el gesto limpio y deshinibido de Carlos/Chema Moreno conspirando con su mujer (legítima), Laura/Sonia Moreno, para dejar al otro, insisto: Quique/Álex Hernández, más desnudo aún de lo que los dos ya saben. La originalidad y el interés de esta comedia, escrita y dirigida por el propio Álex Hernández, radican esencialmente en que se trata de una propuesta fresca, sin regodeos rijosos ni chistes de ocasión, una bocanada de aire puro y liberador, que zarandea las conciencias con el fin de hacerles ver que un par de cuernos se pueden llevar con gracia y soltura, y que quien los pone lo hace con la entera seguridad de que, a fin de cuentas y de cuentos, la vida sigue… igual, como cantaba aquel otro de los setenta. Pero… las cosas en la realidad del salón, la sopa, la mesita, el enervante mando a distancia y el sofá delator no resultan tan fáciles como parece, traspasada la cuarta pared, pues la flexibilidad y la tolerancia tienen un límite y, como es de suponer, al cabo alguien sobra en el calor del hogar, alquien que en definitiva no es nadie más que el otro. El montaje de Teatrófilos, presentado el pasado día 30 de octubre en el Centro Cultural «La General» (o «CajaGranada», como se llama ahora) de Motril, estuvo trabado en su desarrollo argumental por varios temas musicales (especialmente gracioso el de la sauna gay) cuya interpretación dejó al descubierto la bisoñez canora de los protagonistas, aunque no por ello desvirtuaría el buen hacer actoral del trío en cuestión, seguro en escena, sin tropiezos ni vacilaciones ante un texto muy bien hilvanado para hacernos ver, de nuevo, que el sexo no tiene por qué convertirse en algo diferente a lo que en realidad tendría que ser: no un acuerdo entre cadáveres, sino una fiesta, una celebración de la vida, un gozo absoluto (el cielo entre tus manos), mientras dure y con quien o quienes dure. Una manera de llenar el vacío de los días simulados, una estrategia para abortar la espera desesperada, una expurgación, por dentro y por fuera. Sin embargo…, ¿en verdad pasaron a mejor olvido los tiempos aquellos en los que el mundo, la familia y el futuro se construían comiendo a mansalva (con la otra, con el otro) pan y liliáceas hasta que la muerte, o el tufo, los separase? Que cada cual se aplique la respuesta en la parte alícuota y coetánea que le corresponda. El otro, un reactivo contra la desidia y el aburrimiento; el deseo enconado tras los barrotes del penal de la casa, donde, como dice la canción, se marchitan los besos y se ocultan los recuerdos… El otro, una comedia para hacernos reír… y acaso llorar.

Miguel Ávila Cabezas

Texto íntegro, negrita añadida