A propósito de cómo llegar a ser escritor (el tema de nuestro último podcast), David Muñoz firma un bonito artículo que equipara la travesía de Remy (protagonista de Ratatouille, en la foto) con la de cualquier aspirante a guionista… o a cualquier cosa, añadiría yo. Os lo recomiendo.
Scene & Structure, de Jack M. Bickham, en la serie Elements of Fiction Writing
La gran habilidad del señor Bickham para abstraer los procesos lógicos de causa-efecto y convertirlos en teorías para la creación literaria sólo es comparable a su enorme torpeza para ponerlas en práctica.
Ya he hablado alguna vez en el podcast (por primera vez en el 19, si mal no recuerdo) del proceso de convertir lo inconsciente en consciente, para así realizar con precisión (con premeditación) actos que normalmente haríamos mecánicamente. En parte eso es lo que hace Bickham en este volumen, y en sus primeros apartados lo logra con relativa destreza. Analiza las relaciones de causa y efecto en los acontecimientos, y cómo a su vez los acontecimientos nos afectan como personas (como personajes) provocando en nosotros determinadas respuestas que generan nuevas acciones.
Así, la mayoría de las enseñanzas de este libro son de sentido común, pero es acertado pararnos a examinar esos procesos que son los que hacen que la trama de una historia se mueva hacia delante, generando reacciones en cadena.
Los problemas comienzan cuando el autor comienza a crear pautas fijas que pretende aplicar universalmente a todos los casos. Subdivide los procesos psicológicos en secuencias (emoción, razonamiento, decisión y acción) que luego sus propios ejemplos son incapaces de mostrar. Porque, como se suele decir, del dicho al hecho hay un trecho, y lo que en teoría suena perfectamente lógico y coherente, en la realidad de la complejidad humana suele resultar mucho más esquivo.
El autor intenta ir demasiado lejos en su matematización de la literatura (y perdonadme el palabro), pretendiendo privar a la creación de cualquier componente intuitivo y relegándola al seguimiento de una serie de fórmulas.
La prueba del fracaso de sus teorías está en esos torpes ejemplos que he citado antes, tomados en su mayoría de sus propias obras, y en el resto de casos de autores que me son totalmente desconocidos, pero que adivino medianamente conocidos dentro de algún sub-genero comercial: la novela rosa, por ejemplo, o quizá la negra. En efecto, es quizá en esos mercados donde únicamente tengan validez algunas de sus enseñanzas: entre aquellos que quieren encontrar una fórmula para vender sus obras a lectores que devoran novelas clónicas con el único criterio del estante del centro comercial en que están colocadas. Si quieres hacer dinero en Estados Unidos escribiendo narrativa de género, este es tu libro. Para el resto de nosotros, hay poco que aprender aquí.
A través de Bloguzz recibo un adelanto de la nueva novela de Isabel Allende, «La Isla Bajo el Mar», que cuenta (según rezan los textos promocionales) «la azarosa historia de una esclava en el Santo Domingo del siglo XVIII». No siendo fan de la autora (no habiendo leído, de hecho, más que fragmentos sueltos), y no teniendo particular interés ni en las esclavas ni en Santo Domingo ni en el siglo XVIII, me encuentro un tanto escéptico cuando me siento en el sofá a leer el libreto que contiene, al parecer, lo que serán el prólogo y los tres primeros capítulos de la novela.
Conforme avanzo, todas mis expectativas se cumplen. Allende tiene oficio, pero también vicios. Casi 30 años de best-sellers le dan libertades que otros autores no pueden tomarse. La historia comienza despacio, y en ninguno de los tres capítulos se menciona siquiera a la que se supone protagonista de la novela (aunque esto podría ser un fallo de promoción, y no de la autora). Su prosa es precisa aunque un tanto edulcorada, con excesiva tendencia a las oraciones de al menos tres líneas. Entre tanto amago de poesía, tan pronto se le escapa un tópico como una imagen realmente singular, de las que gusta paladear y brillan como gemas entre la arena del resto de la página. Así, con luces y sombras, la historia crece lentamente personaje a personaje y se atisban ya los primeros conflictos (el militar y el terrateniente encaprichados de la misma cortesana), generando unas expectativas que Allende, sin duda, sabrá satisfacer.
En definitiva, «La Isla Bajo el Mar» ofrece lo que se puede esperar de un best-seller contemporáneo escrito por una mujer: ambientación de época, mujeres fuertes, hombres enamorados, clases altas y bajas, un título pomposo y un estilo siempre un punto por debajo de lo cursi. El público de Allende no va a crecer con esta novela, pero tampoco va a disminuir.
Cuando pensé que las novelas de Perdidos me ayudarían a matar el mono hasta que la sexta temporada empiece el año próximo, sabía que me arriesgaba a leer libros mal escritos. Pero no estaba preparado para esto:
-Gracias -le dijo con gratitud. (Pág. 28)
Un complemento adverbial redundante que, encima, es una abstracción. No es ya que el libro parezca escrito por una quinceañera con problemas de aprendizaje. Además, es que es aburrido hasta decir basta.
Sin embargo, decidí terminarlo porque ejemplifica tantos errores que… en efecto, ¡se puede aprender de ellos! Me costó lograrlo, ¿eh? Continuamente me rechinaban los dientes con cosas como esta. Un personaje acaba de ser apuñalado:
Su rostro registraba sorpresa, confusión, y dolor. (Pág. 169)
¿Se puede ser más evidente? En fin, perlas como esas hay muchas, pero ahora no me voy a poner a buscarlas. Si en frases sueltas se puede apreciar lo superficial del texto, imaginaos en párrafos, páginas y capítulos enteros.
Los caracterización de personajes es superficial, sus acciones son inconsistentes, las descripciones no resultan en absoluto visuales, el suspense no existe, las escenas de acción son confusas, la protagonista es apática (a veces te ríes de lo tonta que es, a veces te dan ganas de pegarle con el libro en la cabeza)…
Pero de todos los libros me gusta aprender lecciones, y este no iba a ser una excepción. La autora no parece seguir ninguna de las pautas o reglas que los teóricos o yo inculcamos, y de hecho no logra ninguno de los objetivos que se persiguen al seguirlas. Así que quizá no andemos del todo desencaminados. Si bien no me gusta enseñar lo que no se debe hacer, a veces está bien verlo hecho para no repetir los errores de otros. Vamos, que me daré un descanso y e el futuro cogerle el siguiente. Con dos pares. Y si alguien se atreve, que me siga.
Escribe el amigo Darksei: «me gustaría proponer como segundo ejercicio, un microcuento, de un tema a alegir por ti (que sea sencillito, je je) y de un número recucido de caracteres: Entre 100 y 200 palabras.»
El microrrelato es una forma de ficción muy interesante de la que hablaremos en algún momento, más adelante. Por el momento estoy evitando mencionar siquiera la microficción, no porque no me guste (que me encanta) sino porque ya me ha ocurrido en talleres anteriores que una vez que empiezas a escribir microrrelatos, resultan tan cómodos que es difícil volver a pensar en algo más largo, no digamos ya un largometraje o una novela. Así que es mejor evitar malos vicios demasiado pronto.
De todas formas, por su extrema brevedad, no permiten desarrollar la mayoría de los conceptos que estamos estudiando: ni estructura, ni línea temporal, ni caracterización de personajes… Por supuesto son geniales para practicar el sintetismo (¿se dice así?) pero creo que tenemos cosas mejores que practicar por el momento. Así que, amigos fans de los microrrelatos, ¡paciencia!
Hace tiempo mencioné lo importante que puede ser una buena primera frase para enganchar al lector, como lo puede ser una primera escena potente para enganchar al espectador. Hay quien discute que no es necesario, que a veces hay que empezar despacio e ir dando tiempo a que la historia crezca, y sin duda ciertas historias pueden requerirlo así, pero lo cierto es que no podemos dar por sentada la paciencia del espectador y cuanto antes nos ganemos su atención, mejor.
The American Book Review publicó hace unos meses su particular selección de las 100 mejores primeras frases de novelas. Entre ellas hay algunas indiscutibles:
– Es una verdad universalmente reconocida que todo hombre soltero en posesión de una buena fortuna debe estar en busca de esposa. (Jane Austen, Orgullo y Prejuicio)
– Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. (Vladimir Nabokov, Lolita)
– Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. (Charles Dickens, Historia de Dos Ciudades)
– Era un día luminoso y frío de abril, y en los relojes daban las trece. (George Orwell, 1984)
Otras, personalmente, me parecen más discutibles. La de Moby Dick por ejemplo es el tipo de frase que sólo tiene fuerza en retrospectiva, para quien ya se ha leido la novela, pero que de por sí no engancha al lector:
Lo que más echo en falta son ciertos grandes ausentes. Dónde está…
– Cuando Gregor Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. (Franz Kafka, La Metamorfosis)
Si habéis leido alguna de estas obras, decidme que estas líneas no os despiertan grandes recuerdos. Y si no lo habéis hecho, decidme que no os han despertado las ganas de saber más.
Podríamos hablar de qué hace buena a una primera frase, pero por el momento dejaré otra pregunta: ¿cuáles son vuestras primeras líneas favoritas? O mejor aún, ¿cuáles son vuestra primeras líneas?
«El Curioso Caso de Benjamin Button« (IMDB) no sólo opta al Oscar a Mejor Guión Adaptado, como ya dije, sino que opta a 13 en total. Curiosamente, parece que no soy el único en pensar que la película es un curioso coñazo. Cuidado con los spoilers de ese último enlace. Yo intentaré ponerla verde sin desvelar nada de la trama. ¿Pero que digo? ¡Si no tiene trama!
La película se vendería muy bien como un video promocional de su correspondiente departamento de efectos de maquillaje, y los y las fans de los guapísimos Brad Pitt y Cate Blanchett tienen casi tres horas para recrearse la vista (bueno, algo menos, que a ratos salen muy viejos). El problema es que la peli entera no puede sustentarse sólo con eso si en su centro hay un enorme y blanco vacío. A saber:
El personaje principal tiene un problema, sí, pero no un conflicto. Su enfermedad no parece producirle gran impresión, y apenas influencia su vida (salvo quizá hacia el principio y al final del film). Benjamin Button tampoco hace nada contra su condición, no consulta a médicos, no la investiga. El protagonista no hace nada.
Alrededor de eso se han tejido un montón de minihistorias que hacen que la película sea una sombra de «Forrest Gump«, incluidos trasfondo bélico, capitán pesquero, hazaña deportiva y emporio tontuno. No en vano ambos títulos comparten guionista (un hombre sin duda lleno de recursos). Las anécdotas a ratos entretienen y a ratos aburren, haciendo que nos preguntemos qué diablos nos importa a nosotros tal o cual secundario.
Dicho esto, me atrevo a afirmar que, fuera de la curiosidad de ver a un tío cualquiera rejuvenecer, y de ver a Brad Pitt en particular como recién salido de «Thelma & Louise», la peli tiene poco interés. No es mala, quizá, más bien es sosa. Y los porqués quedan perfectamente explicados por la ausencia de drama, de conflicto, de trama o de estructura, sin que nada realmente sólido los reemplace. Ahora que alguien me explique por qué la película gusta tanto. Porque yo no lo entiendo.