«El sospechoso no era alto, no llevaba barba ni gafas, y sus ropas no eran vulgares.»
La frase es un ejemplo de lo que yo llamo «describir en negativo», y esta entrada os exhorta a que no lo hagáis.
Analicemos el ejemplo, quedándonos con el comienzo: «El sospechoso no era alto». ¿Qué hemos descrito? Al sospechoso. Ésa podría parecer la palabra más importante de la frase, ya que es el sujeto al que van referidos todos los calificativos posteriores. Podría no ser así si ya se le ha mencionado antes («el» sospechoso en lugar de «un sospechoso») y por tanto ya sabemos de quién se está hablando. Pero supongamos que el relato comienza así, y consideremos por tanto «sospechoso» como la palabra con más contenido léxico (con más significado) de la frase.
A continuación, la segunda palabra con más contenido es «alto». ¿Qué quiere decir el autor? ¿El sospechoso era bajito? ¿El sospechoso era de estatura media? ¿Otra cosa? Como lector, no conozco la respuesta.
Pero además, la imagen que evoca el texto es la opuesta: yo leo «alto» y pienso «alto». Sólo después, cuando tengo que añadir la negación, intento corregir la imagen que espontáneamente ya se estaba formando en mi cabeza. Así, tengo la impresión de que el sospechoso era alto pero no mucho, o es alto según con quien lo compares, o el narrador es más alto.
Lo mismo ocurre con el resto: menciona barba, gafas, y ropas vulgares, y eso es lo primero que imagino, para luego tener que quitarlo. En lugar de utilizar los sentidos, el narrador está utilizando el intelecto. Necesito racionalizar lo que estoy leyendo para visualizarlo.
¿No habría sido mucho más claro decir «El sospechoso media 1’70, iba afeitado y vestía ropas de marca.»? ¿Para qué mencionar cosas que no están ahí? Esta segunda descripción es mucho más visual e inmediata. ¿No os parece?
PD: Como autores, la descripción en negativo nos puede atacar también de formas más sutiles. A veces queremos ser tan precisos en los detalles de nuestra imagen que la empañamos de palabras: «El día amaneció soleado y, aunque la temperatura era agradable, se levantaba a veces una brisa fresca del invierno que aún no había acabado de marcharse». ¿En qué quedamos? ¿La temperatura era agradable o hacía fresco? Si nos paramos a pensarlo, la frase es perfectamente lógica, pero no queremos que nuestro lector se pare a pensar (¡al menos no sobre cosas tan triviales como la temperatura!), sino que sienta con nosotros y avance junto a nuestros personajes en sus historias. ¿Realmente necesitamos meter estas dos sensaciones opuestas, sol y frescor, en la misma frase? Lo hagamos como lo hagamos habrá que mostrar un contraste así que, si es realmente imprescindible, intentemos hacerlo breve y claramente para que las ideas se contrapongan lo antes posible: «A plena luz del sol seguía haciendo fresco». Y si no es imprescindible, mucho mejor ir al grano: «El día amaneció soleado y María salió a…» que es al fin y al cabo lo que nos interesa, lo que hizo María. Si después corre una brisa fresca y María tiene que volver a casa a por una chaqueta, ya me lo contarás cuando la descripción afecte a sus acciones. Mientras tanto, más nos vale asegurarnos de que nuestra maravillosamente matizada descripción no esté entorpeciendo la lectura.