Preventa de «Instinto animal»

Una nueva colección de nuevos relatos está a punto de publicarse: Instinto animal: 15 historias de lobas y cambiaformas. sale al mercado el 20 de noviembre.

Como el título indica, todos los relatos incluidos giran alrededor de licántropas y otras féminas en metamorfosis.

Mi contribución se titula «La metamorfosis de Gregoria Sánchez» y es una nueva versión (cual remake hollywoodiense) del clásico de Kafka.

Si adquieres ahora Instinto animal en Amazon (en España cuesta 4,99 €), se descargará automáticamente a tu Kindle en el momento de su lanzamiento. Estará disponible también en versión física por 13,99 €.

Para celebrar el lanzamiento, la Editorial Café con Leche ofrece la colección de relatos eróticos Cuando calienta el sol, en la que colaboro con «Reformas en el dormitorio», por solo 0,99 €.

Fijarse un estándar literario

En la Islandia de hace un siglo, una anciana le dicta una carta Álfgrímur.

Componer aquel documento habría de convertirse en una tarea titánica. La mujer era tan fastidiosa al elegir las palabras que me hacía tacharlo todo tan pronto como lo había escrito.

– Tira ese desastre a la basura -solía decir.

Y las pocas líneas a duras penas que habíamos compuesto quedaban relegadas al olvido. Así durante días y días. Nunca conseguimos ser suficientemente meticulosos al expresar el tipo de sobras con las que debe alimentarse a un becerro. Al anochecer estábamos tan agotados que solo nos faltaba entrar en coma; y entonces rompíamos el resultado del día entero. La mujer debía ser descendiente de Snorri Sturluson. Algo es seguro, y es que nunca nos desviábamos del modelo más estricto de la prosa islandesa. Incluso hoy día, cuando escribo algo, aún me viene a la mente esta mujer. Nunca se dio cuenta, la pobre, de que uno puede fijarse un estándar literario tan alto que se vuelve imposible emitir palabra o gruñido alguno más allá de, como mucho, un A-a-a. Estas sesiones de escritura acababan a menudo con la mujer teniendo uno de sus ataques. Yo salía del cuartucho, derrotado, con la pluma y los papeles, y cerraba la puerta.

de «El concierto de los peces«, del premio Nobel islandés Hálldor Laxness

Los clásicos

Este también pasa de aviones y moderneces y sólo lee clásicos.

Estaréis hartos de oírme decir que soy más de clásicos. Habría que precisar que los clásicos a los que me refiero son bastante recientes. La mayoría de mis lecturas se pueden emplazar en un margen de unos setenta años entre finales del siglo XIX y mediados del XX. Rara vez me atrevo a ir más atrás, por miedo a verme sobrepasado por la distancia sociocultural o meramente lingüística. Así, por ejemplo, me encantó Shakespeare cuando lo leí en la facultad, pero después no me he atrevido a retomarlo y lo sigo posponiendo. Lo más antiguo que he leído debe ser «Lisístrata«, que me pareció un poco aburrida pero cuyo juramento de castidad («… no elevaré mis piernas hacia el cielo…») aún me hace reír cada vez que me acuerdo.

Una de mis blogueras favoritas escribía hace pocos meses:

No creo que sea tan importante leer clásicos. Al fin y al cabo, si se leían en su época es porque no había nada mejor. Leo para divertirme. No leo para culturizarme, ni para ser mejor persona, ni para tener de qué hablar en los círculos gafapastiles. Leo para divertirme. Esto quiere decir que la elección de mis lecturas está determinada por un criterio básico: que me entretengan.

Personalmente, discrepo. Primero, porque no todo lo que se leía en su época habrá llegado hasta nosotros. Los textos menos interesantes, por dejadez de sus propietarios y a falta de más copias, se habrán perdido por el camino e incluso con algo de mala suerte los más interesantes, por audaces o críticos, se habrán ido perdiendo en las diversas quemas a lo largo de la historia, en monasterios medievales, cazas de brujas o campañas nazis. Del propio Aristófanes se estima que sobreviven menos de una cuarta parte de sus obras (que dicho sea de paso no se leían, sino que se veían representadas). Los clásicos que hayan llegado hasta nosotros no serán todo lo que hubo, pero es lo único que tenemos.

Y segundo, discrepo también porque los clásicos entretienen de diversas formas. Provienen de distintas épocas y culturas, así que meterlos todos en el mismo saco es un atrevimiento. A mí los clásicos siempre me resultan curiosos por una razón u otra. A veces descubres cuán temprana es una idea determinada (el gesto obsceno de levantar el dedo corazón data al menos del siglo V a.C.), o lo pronto que nació un cliché que hoy vemos repetido hasta la saciedad, bien sea una crítica a la monarquía o el mito vampírico. Otras veces descubres los significados que ciertas palabras tenían en otras épocas y, al verlas usadas en otros contextos, deduces cómo han llegado a adquirir su sentido actual. A menudo, simplemente, observas cómo vivía la gente en otros tiempos, como si de un «Gran Hermano» interdimensional se tratase. Todo eso me resulta de lo más entretenido.

Como escritores, además, tenemos cierto compromiso con la tradición literaria. Por ejemplo, la novela en que estoy trabajando describe un universo totalmente nuevo, así que, para «documentarme», añadí a mi cola de lecturas títulos como «Alicia en el país de las maravillas» o «Los viajes de Gulliver«. Este último, que ando leyendo estos días, me imponía cierto respeto porque se publicó en 1726 y dudaba mucho que tuviera algo que aportarme. Al contrario, me sorprendió descubrir la cantidad de temas que abarca. Estoy dando los últimos toques a una obra de teatro protagonizada por personajes de distintos tamaños (imaginad un «Cariño, he encogido a los niños» a la andaluza, para que os hagáis una idea), y no tengo chiste sobre tallas que Jonathan Swift no haya cubierto ya en sus «viajes» a Lilliput y Brobdingang. Más aún, sus ácidas críticas a los sistemas de gobierno occidentales son tan válidas hoy como lo eran hace casi trescientos años.

Total, que cuando Bloguzz me ofreció participar en la promoción de la nueva colección de RBA Los clásicos de Grecia y Roma pensé ¿quién dijo miedo? Contiene al amigo Aristófanes para que no se sigan perdiendo sus obras, al siempre citado y versionado Homero, las entretenidas fábulas de Esopo y así hasta 150 volúmenes. Los primeros ya están en mi buzón y pienso ponerlos no sólo como decoración en el estante sino también en la lista de espera. ¿Por cuál me recomendáis que empiece? ¿O por cuál empezarías tú?

Apuntes

DVDGo
Casa Del Libro
Amazon UK
De compras

Esta consulta viene firmada por «Señor Nox»:

Me gustaría pedirte los nombres de los libros que recomiendas acerca del arte de escribir. Error fatal el mío, al escucharte decir los nombres y los autores de tales libros, no darle al pause y apuntarlos en algún lado. Ahora mismo, tengo un caos mental y no los recuerdo todos.

Sabed, queridos oyentes, que cada sesión del podcast va acompañada de una página donde se listan todas las referencias que aparecen en el mismo (incluyendo los títulos de libros y películas, las páginas web mencionadas, etc.). Puedes acceder a los apuntes pulsando Taller Literario en el menú de la izquierda.

Si no sabes en qué sesión se citó tal o cual cosa, también puedes usar el cuadro de búsqueda de la parte superior de la pantalla (el cuadro de texto negro con el gatito) para encontrar subpáginas o entradas que incluyan tus palabras clave. (Asegúrate de pinchar en la mitad inferior del cuadro para que funcione bien.)

A modo de breve resumen, los libros de los que más hablamos en las primeras sesiones fueron:

Soy reacio a recomendar los libros de Card desde que supe de su homofobia y sus campañas en contra de los derechos de gays y lesbianas, por lo que intentaré añadir pronto más libros a esta lista para que podáis ignorar los suyos.

Me gustaría recordaros que si compráis vuestros libros o películas en DVDGo, Casa del Libro o Amazon a través de los enlaces que proporciono, una pequeña comisión irá destinada a cubrir los gastos de este taller, lo que siempre es de agradecer.

Frank McCourt

Frank McCourt
Frank McCourt

Frank McCourt escribió tres novelas antes de fallecer.

La primera,  Las Cenizas de Ángela, narra su miserable infancia en los barrios pobres de Limmerick, la represión de su educación católica y su lucha por alcanzar el sueño de emigrar a América. Ganó el Premio Pulitzer y es una delicia (hace poco os contaba cómo la adquirí).

La segunda, Lo Es, narra su llegada a Nueva York, sus primeros empleos, la búsqueda de piso y de un lugar en el mundo, del amor, de una profesión respetable. Intenta repetir la fórmula pero carece de chispa y se queda en terreno de nadie.

La tercera y última, El Profesor, cuenta sus experiencias como maestro de inglés de secundaria y, en sus últimos años, también de escritura creativa. Le falta rumbo tanto a la novela como al personaje, pero ambos lo van encontrando hacia el final, y precisamente el último tercio, centrado en sus clases de escritura creativa, es el más intenso de los dos últimos libros.

Tanto la obra de McCourt como sus consejos son perfecto reflejo de la filosofía de Brenda Ueland en Si Quieres Escribir, y un contraste perfecto con las historias de premisas megalomaníacas de las que hablábamos la semana pasada. y todo lo que hemos dicho en el podcast sobre la propia experiencia y los aspectos autobiográficos. Por eso vamos a dedicarle la semana que viene de forma monográfica, de lunes a viernes, comentando diversos aspectos de su obra a través de varios fragmentos.

Fallece Satoshi Kon

Tenía preparado otro asunto para hoy, pero la actualidad manda. Anoche me fui triste a la cama tras leer la noticia del fallecimiento de Satoshi Kon. Curiosamente, su aparición en el taller esta semana hilvana muy bien con las de Alan Moore y David Lynch (a menudo se le compara con este último), aunque en este caso los motivos sean tan tristes. Nos lo ha arrebatado un cáncer de páncreas cuando sólo contaba 46 años de edad.

Los fans del anime conocerán sin duda sus obras, que abarcan el guión de «Magnetic Rose» (el primer fragmento de la conocida Memories) así como los largometrajes Perfect Blue, Millennium Actress, Tokyo Godfathers y Paprika, cada uno de ellos una obra maestra. Para redondear, creó también la serie «Paranoia Agent«, de la que hace años escribí una crítica totalmente positiva y que sigue siendo seguramente mi serie de animación favorita.

Como en tanta ficción japonesa, sus obras no estaban tan orientadas a contar una historia como a generar emociones, pero Kon fue un maestro en llevar ambas tareas varios pasos más allá, con premisas sencillas y desarrollos tremendamente originales. La frase más repetida del día es una gran verdad:

No es que sin Satoshi Kon el anime nunca vaya a ser lo mismo. Es que ahora seguramente siempre será lo mismo.

Tuve el placer de asistir a la rueda de prensa en la que presentó Paprika en Sitges 2006, donde anunció que esa sería su última película sobre el subconsciente y que a continuación abriría un nuevo ciclo en su carrera. Por desgracia nunca sabremos lo que su genial cabeza habría llegado a idear. Como mucho, llegaremos a ver terminada la película en la que trabajaba actualmente, The Dream Machine (en la imagen), protagonizada exclusivamente por robots y orientada al parecer al público infantil.

Hoy más que nunca, os invito a que sigais los enlaces y os hagais con alguna de sus obras, que seguro os van a sorprender.

Lynch (One)

El interés que despertó en mí The Landscape of Alan Moore, de la que os hablaba ayer, me ha animado a lanzarme de cabeza a ver este documental sobre otro de nuestros escasos genios locos, el siempre original David Lynch.

Lynch (One) documenta un par de años de trabajo de Lynch (2005-2006) y asiste a la grabación de algunos videos para sus afiliados de DavidLynch.com, la creación de algunas de sus obras pictóricas y momentos del rodaje de su más reciente largomentraje hasta la fecha, Inland Empire. Por desgracia, la selección de instantes principalmente intranscendentes nos dice muy poco del personaje o de su fuerza creativa.

Olvídate de ser el mejor en nada. Ese es el fruto de la acción, pero tú haces el trabajo (por así decir) por la acción, no por el fruto. Nunca puedes saber cómo lo va a recibir el mundo, pero puedes saber si disfrutas haciéndolo. Entonces las ideas comienzan a fluir y empiezas a entusiasmarte por esta y aquella. Te lo pasas bien trabajando, y de eso se trata. Si no disfrutas la acción, entonces haz otra cosa.

Lynch alaba las virtudes de la meditación, como ya hizo en su libro Atrapa el pez dorado (del que os hablaré otro día), e invita a los artistas a practicarla para, según sus palabras, alcanzar un estado de creatividad pura. También desmiente la idea de que haya que sufrir para crear, y defiende que el artista será más creativo cuanto más feliz. Más allá de estas aseveraciones, el aprendiz de genio (o incluso el fan de Lynch) tiene poco que sacar de este aburrido documental.