Las cien voces del diablo

Como es de bien nacidos ser agradecido, os cuento que me acaba de llegar al buzón (Bloguzz mediante) «Las cien voces del diablo«, una novedad firmada por Ana Cabrero Vivanco. Reza la frase promocional: «Una novela apasionada y exuberante, que arrastra al lector hasta su inevitable final». Digo yo que todas las novelas tienen un final, inevitablemente (bueno, supongo que con «La Rueda del Tiempo» no está tan claro). O quizá se referían a que lo que pasa al final es lo único que puede pasar, lo cual debe hacerlo de lo más previsible. En definitiva, que espero que el libro esté mejor escrito que el slogan. Lo pondré en la cola, que ya me ocupa dos estantes completos (y eso sin contar el Kindle).

A continuación, un trailer horroroso:

Coppola

Este hombre acaba de ganar varios puntos en mi escala de admiración con esta entrevista.

Arte: Si vas hoy a un productor y le dices que quieres hacer una película que nunca se ha hecho antes, te echa a la calle porque quiere hacer la misma película de siempre, la que ha generado ingresos. Pero un elemento esencial del arte es el riesgo. Si no arriesgas, ¿cómo vas a crear algo realmente hermoso que no se haya visto antes?

Escribir un guión: Un guión debe ser como un haiku, conciso y claro. Minimalista. Porque cuando se haga la película, el director escuchará a los actores y al director de fotografía, que aportan grandes ideas, y luego hará lo que crea mejor. El cine es colaboración.

Dinero: Yo tengo otro empleo. Hago películas, pero me gano la vida en la industria vitivinícola. Trabajas en lo tuyo y te levantas a las cinco de la mañana para escribir tu guión. Hace 200 años, si eras compositor, la única forma de ganar dinero era viajar con la orquesta y dirigirla, porque entonces te pagaban como músico. No había grabaciones, no había royalties. Esta idea de la estrella del rock que se hace rica podría desaparecer, porque en esta nueva era quizá el arte sea gratuito. A lo mejor los jóvenes tienen razón y sí que tienen derecho a descargarse música y películas. Me van a fusilar por decir esto. ¿Quién ha dicho que los artistas tienen que ganarse la vida, que el arte debe costar dinero? Es mejor desconectar esas dos ideas.

Sobre este último punto, Neil Gaiman también tiene algo que decir (en La Cueva del Lobo han traducido unos fragmentos de sus declaraciones):

Los tiempos están cambiando. El debate continúa.

Rango de edad

El amigo Carballeira nos mandó hace tiempo una consulta y ya va siendo hora de que afrontemos la respuesta. Está preparando una novela juvenil y nos dice:

Mi mayor duda es elegir el tono y el lenguaje. La novela será corta, pero no sé si antes debo pensar en la edad de los niños a los que me dirijo y escribir en consecuencia o hacerlo al revés, escribir lo que me salga y luego decidir para qué niños va dirigido y reescribir en consecuencia.

Mi primera respuesta sería que escribas lo que te apetezca, y después, cuando veas lo que te ha salido y comprendas para qué edad funciona, lo revises en función de eso, limpiando o reescribiendo las partes que se salgan de ese marco. Tú trabajas diariamente con jóvenes, así que sabrás mejor que yo lo que es apropiado o no para los distintos rangos de edad.

He ojeado libros del Barco de Vapor de varias edades y no termino de decidirme, de hecho, no sé si ha sido buena idea ojearlos porque todos tenemos el defecto de escribir como lo último que hemos leído. A veces creo que para escribir hay que dejar de leer de manera radical.

Si lo último que has leído te inspira a escribir, entonces no tiene nada de malo. Además, la influencia siempre es menor de lo que nos creemos. Hace veinte años me dio por escribir «estilo Lovecraft», pero leyéndolo no hace tanto me di cuenta de que no tenía nada que ver. Había más en esos relatos del romántico adolescente atormentado que todos hemos sido que del peculiar atormentado de Providence. Y sin embargo, todos escribimos influidos de una forma u otra por lo que hemos visto, leído, incluso vivido. No merece la pena pararse a analizarlo, es mejor dejar las letras fluir.

Sí puede ser sano dejar de leer en tanto que te deja más tiempo para escribir. También te permite centrarte en tu trabajo, tener tu historia en la cabeza incluso cuando no estás escribiendo, en lugar de la historia de otro (como nos pasa a menudo cuando andamos leyendo algún libro y pensamos en sus personajes o trama en cualquier momento del día). Pero también puede ser que, para ti, tomarte un descanso para leer te permita relajarte pensando en otra cosa e incluso te ayude a desintoxicarte y superar bloqueos. Es algo personal.

Escribir pensando en tu público puede ser castrante. Recuerda lo que decía King:

Escribe con la puerta cerrada, revisa con la puerta abierta.

Servidumbre humana

W. Somerset Maugham

Ayer planteamos un ejercicio: ¿Cuál es la palabra mejor elegida de esta frase?

Su voz era tan débil que parecía venir ya desde muy lejos.

No es el verbo, «era», que no expresa acción sino que simplemente introduce el atributo. Podría ser el sujeto «voz» que la frase describe, o «débil», su principal cualidad. Incluso podría ser «lejos», un sustantivo que evoca distancia y debilidad de una manera quizá más palpable, más sensorial de lo que el propio adjetivo logra. Todas las palabras de la frase son sencillas, comunes, comprensibles para cualquier lector.

Pero la más importante, la mejor elegida, es «ya». En el momento en que incorporé esa idea a mi imagen mental de la escena, supe que la madre se estaba muriendo.

He encontrado traducciones que prescinden del «already» del inglés original: «Su voz era tan débil que parecía venir desde muy lejos.» La descripción es correcta pero carece de profundidad, de significado adicional. Es ese «ya» el que nos pone en situación, al decirnos tanto con tan poco.

Me anoté la lección y decidí que la tenía que compartir con vosotros.

La palabra precisa

Hoy os presento un ejemplo de esa prosa sencilla y precisa a la que siempre aspiramos. Y con el ejemplo, un ejercicio.

Anoche comencé a leer «Servidumbre Humana» de W. Somerset Maugham. En la primera página, una sirvienta lleva a un niño dormido al domitorio de su madre. La madre le recibe, momento en el que Maugham escribe de ella:

Su voz era tan débil que parecía venir ya desde muy lejos.

Ejercicio: ¿Cuál es para ti la palabra mejor elegida de esta frase? Mi respuesta, mañana.

Cedo la palabra

Un primer vistazo al diario online La Información es suficiente para revelar el aire desenfadado que gastan sus redactores. Con ese escepticismo bajo el brazo, aunque agradeciendo que tengan como noticia de cabecera unas declaraciones de la finalista del Premio Planeta, buceamos en un interesante especial que han titulado España en 50 gráficos.

Y ya más concretamente, en la sección de Cultura del especial, encontramos los consejos para jóvenes escritores de ocho autores diferentes. Les cedo la palabra.

Historias románticas

John August va al grano y nos resume el intríngulis de cualquier historia romántica:

  1. Personajes que nos importen. No necesitan ser adorables, pero tienen que ser interesantes. Tienen que despertar nuestra curiosidad por saber qué será lo próximo que hagan.

  2. Un motivo creíble que los mantenga separados. Podría ser cualquier cosa (una guerra, prejuicios, un naufragio) pero si no es creíble, apaga y vámonos.

Yo diría que el punto 2 importa más que el punto 1.

Si cuentas con actores guapos, estaremos impacientes por ver la escena del beso. Pero me cabrean las pelis románticas con obstáculos demasiado bajos. Si nada impide a los personajes fugarse a ser felices y comer perdices a mitad de la historia, ¿qué me importan sus problemas?

Si lo piensas, es aplicar a la peli romántica las bases de toda ficción. Sobre todo el punto 1.