Cuando pensé que las novelas de Perdidos me ayudarían a matar el mono hasta que la sexta temporada empiece el año próximo, sabía que me arriesgaba a leer libros mal escritos. Pero no estaba preparado para esto:
-Gracias -le dijo con gratitud. (Pág. 28)
Un complemento adverbial redundante que, encima, es una abstracción. No es ya que el libro parezca escrito por una quinceañera con problemas de aprendizaje. Además, es que es aburrido hasta decir basta.
Sin embargo, decidí terminarlo porque ejemplifica tantos errores que… en efecto, ¡se puede aprender de ellos! Me costó lograrlo, ¿eh? Continuamente me rechinaban los dientes con cosas como esta. Un personaje acaba de ser apuñalado:
Su rostro registraba sorpresa, confusión, y dolor. (Pág. 169)
¿Se puede ser más evidente? En fin, perlas como esas hay muchas, pero ahora no me voy a poner a buscarlas. Si en frases sueltas se puede apreciar lo superficial del texto, imaginaos en párrafos, páginas y capítulos enteros.
Los caracterización de personajes es superficial, sus acciones son inconsistentes, las descripciones no resultan en absoluto visuales, el suspense no existe, las escenas de acción son confusas, la protagonista es apática (a veces te ríes de lo tonta que es, a veces te dan ganas de pegarle con el libro en la cabeza)…
Pero de todos los libros me gusta aprender lecciones, y este no iba a ser una excepción. La autora no parece seguir ninguna de las pautas o reglas que los teóricos o yo inculcamos, y de hecho no logra ninguno de los objetivos que se persiguen al seguirlas. Así que quizá no andemos del todo desencaminados. Si bien no me gusta enseñar lo que no se debe hacer, a veces está bien verlo hecho para no repetir los errores de otros. Vamos, que me daré un descanso y e el futuro cogerle el siguiente. Con dos pares. Y si alguien se atreve, que me siga.
Aprovecho esta novela de J. D. Salinger para intentar recuperar el ritmo de críticas que me había propuesto y que se ha visto obviamente interrumpido. Motivos para la reseña no faltan: el título es un clásico con todas las de la ley. Pero me ahorraré la información enciclopédica, muy bien resumida en los primeros párrafos de su entrada en la Wikipedia, para centrarme en lo que nos interesa: qué podemos aprender de él.
Se podría decir que el libro presenta dos caras: lo que tiene de ficción y de realidad. Como historia, no tiene demasiado que contar: al personaje de Holden Caulfield (narrador en primera persona, y no fiable por cierto) no le pasan grandes cosas durante su periplo neoyorquino, y aunque el conflicto está presente desde la página 1, su evolución es escasa y lenta. La novela gana más por su otra cara, la de retrato de la edad adolescente. Es imposible leer la desconexión que siente Caulfield frente al mundo y no sentir que uno ha estado también ahí en algún momento.
En el taller siempre hablo de cómo crear y contar una historia que enganche al lector. Salinger no lo ha intentado a través de la trama, sino que ha optado por un acercamiento más psicológico (una novela de personajes), con lo que eso tiene de personal (para aquellos lectores que se identifiquen con el protagonista) y de sociológico (porque refleja a un sector amplio de la población). Y si logra su empeño, es porque cuenta su historia con total sinceridad. El lenguaje suena real, joven y urbano, y los temas de los que habla Caulfield no están censurados (lo que sin duda habría agradado a buena parte de los contemporáneos de Salinger). Por supuesto que el autor tiene una intención y un objetivos, pero no juzga ni manipula los acontecimientos ni a sus personajes para que conduzcan por ese camino. De hecho, ese es el mayor problema que se le puede achacar al volumen: la falta de acontecimientos. ¿Pero acaso no es así la vida real? Esa sensación de verdad es la mayor lección que el texto nos puede proporcionar como escritores, una lección que por lo demás refuerza temas de los que ya hemos hablado: escribe sobre lo que conoces; lo particular se vuelve universal; trata a tus lectores como personas inteligentes; etc.
PD: Para quien tenga curiosidad sobre lo que leo y lo que veo, mantengo una lista actualizada de ocio offline en mi web personal.
Acabo de terminar este libro de Orson Scott Card dedicado, como su título indica, a personajes y punto de vista. Quien tenga interés en hincarle el diente tendrá que recurrir a una edición en inglés edición en inglés porque no tengo conocimiento de que esté editado en castellano (de hecho es muy poca la bibliografía sobre creación literaria que se traduce a nuestro idioma, comparado con la producción anglófona).
El libro se divide en tres bloques. El primero se centra en la invención de personajes, y da pistas sobre los aspectos de nuestros personajes que debemos conocer (en una palabra: todos) y cómo irlos descubriendo capa a capa. El segundo bloque se centra en cómo utilizar esos personajes en nuestras historias, cómo hacer que funcionen como héroes o como villanos, y qué pueden andar haciendo para que nuestros lectores les cojan cariño (o asco). El último bloque, dedicado a punto de vista, repasa las posibles voces narrativas profundizando en los pros y contras de cada una en función del tono de la historia, el subgénero, la cercania o distancia emocional que se pretenda conseguir, etc. El volumen comparte algunos temas con «How To Write Science Fiction and Fantasy« (del que ya hablamos aquí) y se aprecia la mano del mismo autor ya que ambos volúmenes comparten no sólo la misma visión de la literatura, sino también los mismos defectos y virtudes.
Cuando se trata de enseñar a escribir, Card se caracteriza por su claridad. Es directo y convincente, y sabe ir profundizando en los temas desde la sencillez de la superificie, paso a paso hasta terrenos más intricados. Para ello se vale de numerosos ejemplos, tantos que llegan a convertirse en uno de sus defectos: a base de verlo todo a través de ejemplos prácticos, empezamos a dudar que su teoría sea realmente universal y podamos aplicarla a otros casos. Card se expresa con tanta claridad como firmeza, una firmeza que llega a parecer dogmática en algunos momentos, aunque no lo es si comprendemos la mentalidad estadounidense de fragmentar estrictamente el mercado editorial por géneros, quedando fuera del ámbito de este libro los esfuerzos intelectuales y orientándose en cambio hacia una literatura más comercial.
A pesar de sus carencias (que incluyen, dicho sea de paso, una edición de baja calidad con pastas frágiles, portada fea, títulos gigantescos e interlineado ridículo), el libro sin duda añadirá alguna que otra herramienta a tu batería de recursos narrativos, lo que visto su precio siempre será una buena inversión.
«El Curioso Caso de Benjamin Button« (IMDB) no sólo opta al Oscar a Mejor Guión Adaptado, como ya dije, sino que opta a 13 en total. Curiosamente, parece que no soy el único en pensar que la película es un curioso coñazo. Cuidado con los spoilers de ese último enlace. Yo intentaré ponerla verde sin desvelar nada de la trama. ¿Pero que digo? ¡Si no tiene trama!
La película se vendería muy bien como un video promocional de su correspondiente departamento de efectos de maquillaje, y los y las fans de los guapísimos Brad Pitt y Cate Blanchett tienen casi tres horas para recrearse la vista (bueno, algo menos, que a ratos salen muy viejos). El problema es que la peli entera no puede sustentarse sólo con eso si en su centro hay un enorme y blanco vacío. A saber:
El personaje principal tiene un problema, sí, pero no un conflicto. Su enfermedad no parece producirle gran impresión, y apenas influencia su vida (salvo quizá hacia el principio y al final del film). Benjamin Button tampoco hace nada contra su condición, no consulta a médicos, no la investiga. El protagonista no hace nada.
Alrededor de eso se han tejido un montón de minihistorias que hacen que la película sea una sombra de «Forrest Gump«, incluidos trasfondo bélico, capitán pesquero, hazaña deportiva y emporio tontuno. No en vano ambos títulos comparten guionista (un hombre sin duda lleno de recursos). Las anécdotas a ratos entretienen y a ratos aburren, haciendo que nos preguntemos qué diablos nos importa a nosotros tal o cual secundario.
Dicho esto, me atrevo a afirmar que, fuera de la curiosidad de ver a un tío cualquiera rejuvenecer, y de ver a Brad Pitt en particular como recién salido de «Thelma & Louise», la peli tiene poco interés. No es mala, quizá, más bien es sosa. Y los porqués quedan perfectamente explicados por la ausencia de drama, de conflicto, de trama o de estructura, sin que nada realmente sólido los reemplace. Ahora que alguien me explique por qué la película gusta tanto. Porque yo no lo entiendo.
Desde que terminé de leer este libro hará cosa de un mes, no encontraba el momento de recomendarlo.
«El Curioso Incidente del Perro a Medianoche« me ha enganchado hasta el punto de despachármelo en tres tardes, y eso que no soy de leer rápido, ni mucho menos de jactarme de hacerlo, primero porque no lo hago, y segundo porque suele ser síntoma más de autocomplacencia que de placer por la literatura, opino. Pero (y esto sí es típico de mí) divago. Para el lector, decía, el libro es una delicia llena de recompensas a cada pocos pasos. Pero no me detendré a hacer una reseña al uso (principalmente para no contar de qué va y porque ya hay otroschorrocientosblogsquelohacen) y en cambio hablaré de sus aciertos a nivel literario. Este segundo análisis «de escritor», independiente como ya dije del mero placer lector, también deriva en unas cuantas lecciones gratificantes.
La mayoría de los aciertos del autor, Mark Haddon, son fruto de la elección del narrador y protagonista (en otras palabras, del narrador en primera persona), un chico de 15 años que padece cierta forma particular de autismo. Para empezar, la narración es directamente sensorial, según el niño percibe el mundo, ya que sus capacidades de análisis y síntesis son limitadas. Las digresiones (que las hay en abundancia) se difieren a capítulos independientes que no suelen entorpecer el flujo narrativo (salvo quizá puntualmente hacia el final), sirviendo estos de complemento a la comprensión del personaje y dejando la narración propiamente dicha libre de interrupciones.
Por momentos, además, el narrador no es fiable, rellenando el lector (con su conocimiento del mundo, su capacidad de deducción y su imaginación) los huecos que el protagonista (por adolescente o por autista) no es capaz de comprender. ¿Implicación del lector? Otro acierto.
¿Cómo justifica el autor que un joven autista se detenga a contarnos su historia tan extensamente? Por un lado, hace que su personaje sea aficionado a la lectura, lo que justificaría que sepa defenderse escribiendo, y de paso es un importante punto a favor de la identificación del lector con el personaje, pues garantiza que tendrán algo en común (veáse «La Sombra del Viento» como ejemplo reciente y popular de protagonista lector). Además, una vez que el niño se detiene conscientemente a escribir su experiencia, recibe consejos de una profesora, con lo que obtenemos pequeñas guindas de metaliteratura: «una buena historia debe contener tal elemento, y por eso yo ahora lo introduzco aquí, así». Interesante. ¡Y diferente! Y ayuda a suspender la incredulidad, porque ¿cómo puede este «niño» escribir de forma tan fluida? Porque lee mucho y porque tiene quien le aconseje. (¡Anda! Como vosotros… ;-)
Por último, el niño (como niño que es) utiliza también elementos no narrativos: dibujos, diagramas, etc., que no sólo enriquecen la lectura sino que la diferencian de la mayoría de las novelas del mercado.
Gracias a estos sencillos elementos, el autor consigue un texto al mismo tiempo accesible y diferente, que es al fin y al cabo lo que podría esperarse de un texto creado desde los mecanismos mentales del autismo. ¿El resultado? Sin duda una experiencia conmovedora.
De manera similar, esta recomendación literaria ha quedado bastante distinta a la mayoría de las que circulan por la red, ¿no creéis? Debería ser así, pues el punto de vista de quien la escribe no es el habitual (el de un lector) sino uno menos común (el de un escritor). ¿Os sugiere eso algún enfoque sobre cómo crear personajes o narradores interesantes, por diferentes?
Hoy os dejo la recomendación, y dentro de unos días, esperando quizá que le hayáis hincado el diente, volveré a hablar de este libro para especular cómo pudo haberse concebido, o dicho de otra forma, intentar poner un ejemplo de cómo los conceptos teóricos que vemos en el taller se pueden ir poniendo en práctica por etapas. Pero hasta entonces, disfrutad de uno de los mejores libros que hayan caido en mis manos este año.
Lo habitual al salir del cine con un grupo de amigos es comentar la película, y a menudo, cuando alguno de los más aficionados hacemos un apunte relativo al ritmo, la fotografía, el guión o tal o cual escena, siempre sale el listillo de turno a decir que «yo no me fijo en esas cosas: a mí la peli me gusta o no me gusta»; como si el hecho de comentar los árboles significara que no hemos sido capaces de ver el bosque.
Pero se equivocan (como será evidente para cualquiera que esté leyendo estas líneas, lectores, sin duda, aficionados al análisis y la creación). Como espectadores (o lectores, que al fin y al cabo es una función equivalentes) disfrutamos de la obra tal cual, sin prejuicios. Es después, al terminar, cuando la peli ya nos ha gustado (o no), cuando nos paramos a ver las causas de ese placer (o desagrado).
Como creadores, no debemos dejar que nuestra curiosidad por las estructuras y los intríngulis de las obras nos impida disfrutarlas. Si perdiéramos el placer, perderíamos también el interés. Dejaríamos de ser creadores para pasar a ser, no sé, científicos, meros observadores analíticos. Y la ciencia produce placer, sí, pero el arte no es ciencia. Del mismo modo que para escribir hay que sentarse a poner palabras una detrás de otra (y seguramente un poco de teoría al respecto nos pueda ayudar, puntualmente, a hacerlo), también debemos que disfrutar de la ficción tal cual, independientemente de que después, en las cervezas, destripemos a cada nombre que apareció en los créditos, exluyendo como mucho a los del catering.
También se obtienen ventajas personales con todo este proceso. Para empezar, el placer de una buena película se extiende más allá de su duración, abarcando todo el tiempo posterior en que paladeas sus detalles. Pero además, incluso a películas que no te gustan puedes encontrarles elementos de interés, con lo que al menos las dos horas no están perdidas del todo. Si eres de los que en IMDB sólo puntúa con ceros y dieces, piénsatelo: la ficción tiene muchas capas. «Matrix Reloaded« tenía unos efectos especiales de quitar el hipo, «Hellboy 2: The Golden Army« lucía un diseño de personajes capaz de despertar la imaginación de un ejército y «Lost in Translation« (bostezo)… bueno, no me acuerdo porque casi me duermo, pero algo bueno tendría. Son los primeros ejemplos que me vienen a la cabeza. Sin duda hay pelis aún peores con elementos aún mejores.
De lo que podría sacarse otra conclusión: no sólo hay que seguir a los grandes. No sólo hay que ver a Hitchcock y Welles y Kurosawa. También se pueden sacar ideas de los Wachowski, de Michael Bay o de Ed Wood, si somos capaces de ver lo bueno que cada uno tenga que ofrecer, sea poco o mucho. Y por supuesto, también se aprende mucho de los errores.
Si el que no se fija en esas cosas vota tu corto en Youtube con un cero, no te ofendas. Otro votará con 5 estrellas. Como espectadores, no dan para más (sin duda tendrán cosas buenas que ofrecer en otros campos). Nosotros en cambio, como aficionados a la ficción, contamos con más herramientas que usar cuando sean necesarias. El fontanero no disfruta menos que el adolescente del sexo en la ducha… si se quita el mono de trabajo y deja el equipo en la furgoneta. El autor carga con sus pertrechos todo el tiempo, porque los lleva en la cabeza (exceptuando bolígrafos y diccionarios, vale), pero no tiene que pensar todo el tiempo a través de ellos. Los talleres literarios deben servir precisamente para rellenar de herramientas ese cajón. Del escritor depende no lastrarse cargando con él a todas partes, sino dejarlo a mano para cuando necesite una o la otra. Por ejemplo, al salir del cine, cuando un amigo diga «yo no me fijo en esas cosas: a mí la peli me gusta o no me gusta», querrás tener a mano la llave inglesa para pegarle con ella en la cabeza.