El escritor que se preocupa más de las palabras que de la historia (personajes, acción, ambientación, atmósfera…) dificilmente podrá crear una fantasía vívida y continua. Él mismo se entorpece. En su borrachera poética, es incapaz de distinguir el carro (y lo que transporta) del caballo.
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Hay quien dice que escribir es su vida, su pasión, su esto y lo otro, su blablablá. Lo dicen escritores consagrados y autores aficionados.
Para otros, en cambio, ganarse la vida plantando letras una detrás de otra es una carga insufrible, y esto es algo que no se suele ver. Era el caso de Frederica Sagor Maas, fallecida hace escasas semanas a la fabulosa edad de 111 años. Guionista en Hollywood desde los tiempos del cine mudo, sus textos lanzaron la carrera de más de una estrella de la época. Ella, en cambio, solo recordaba en sus memorias «el chauvinismo, la misoginia y la discriminación a la que se vio sometida como mujer en esta industria en los años veinte», como resume el obituario que le dedica El País.
Su filmografía en IMDB recoge la mayoría de sus títulos como «sin acreditar»:
Algunos de aquellos guiones llevaban muchas horas de trabajo, pero en el momento en que los entregabas, el reconocimiento se lo llevaba otro. Y, además, te etiquetaban de conflictiva. Las opciones eran cerrar la boca o dejar la industria.
En 1950 lo hizo. Entró a trabajar como mecanógrafa en una agencia de seguros y rápidamente se labró una exitosa carrera. El País concluye:
La guionista nunca se arrepintió de su decisión y en una de sus últimas entrevistas aseguró que si pudiera echar marcha atrás volvería a dejar esta industria «sin sustancia» y se dedicaría a fregar escaleras.
Quizá sea un consuelo para aquellos de nosotros que no nos ganamos la vida escribiendo. O como dicen en las películas Disney, ten cuidado con lo que deseas.
En la Islandia de hace un siglo, una anciana le dicta una carta Álfgrímur.
Componer aquel documento habría de convertirse en una tarea titánica. La mujer era tan fastidiosa al elegir las palabras que me hacía tacharlo todo tan pronto como lo había escrito.
– Tira ese desastre a la basura -solía decir.
Y las pocas líneas a duras penas que habíamos compuesto quedaban relegadas al olvido. Así durante días y días. Nunca conseguimos ser suficientemente meticulosos al expresar el tipo de sobras con las que debe alimentarse a un becerro. Al anochecer estábamos tan agotados que solo nos faltaba entrar en coma; y entonces rompíamos el resultado del día entero. La mujer debía ser descendiente de Snorri Sturluson. Algo es seguro, y es que nunca nos desviábamos del modelo más estricto de la prosa islandesa. Incluso hoy día, cuando escribo algo, aún me viene a la mente esta mujer. Nunca se dio cuenta, la pobre, de que uno puede fijarse un estándar literario tan alto que se vuelve imposible emitir palabra o gruñido alguno más allá de, como mucho, un A-a-a. Estas sesiones de escritura acababan a menudo con la mujer teniendo uno de sus ataques. Yo salía del cuartucho, derrotado, con la pluma y los papeles, y cerraba la puerta.
de «El concierto de los peces«, del premio Nobel islandés Hálldor Laxness
Corre últimamente por los tumblr del mundo esta imagen. Dicen que fue William Shakespeare el que aseguró que «no puede uno nunca fiarse de las citas que corren por internet» pero, ignorando por una vez al bardo, vamos a ver qué dicen que dice este tal Ira Glass.
Nadie le dice esto a los principiantes. Ojalá alguien me lo hubiera dicho a mí. Todos los que realizamos algún tipo de trabajo creativo empezamos a hacerlo porque tenemos buen gusto. Pero existe esta laguna. Durante tu primer par de años produces material que simplemente no es bueno. Intenta ser bueno, tiene potencial, pero no llega. Pero tu buen gusto, ese instinto que te trajo hasta aquí, no cierra la bocaza. Es tu buen gusto el que hace que tu obra te decepcione. Mucha gente nunca supera esta fase; abandonan. La mayoría de la gente que conozco que hace cosas interesantes y creativas sufrieron esto durante años. Sabemos que nuestros trabajos no tienen ese algo especial que queremos que tengan. Todos lo hemos sufrido. Y si estás empezando y estás en esta fase, tienes que saber que es normal y que lo mejor que puedes hacer es seguir trabajando mucho. Ponte un plazo y acaba una pieza cada semana. Con un buen volumen de trabajo cubrirás esa laguna y tu obra estará a la altura de tus ambiciones. Yo tardé en aprender esto mucho más que nadie que conozca. Lleva tiempo. Es normal que lleve tiempo. Pero tienes que abrirte paso.
Este hombre acaba de ganar varios puntos en mi escala de admiración con esta entrevista.
Arte: Si vas hoy a un productor y le dices que quieres hacer una película que nunca se ha hecho antes, te echa a la calle porque quiere hacer la misma película de siempre, la que ha generado ingresos. Pero un elemento esencial del arte es el riesgo. Si no arriesgas, ¿cómo vas a crear algo realmente hermoso que no se haya visto antes?
Escribir un guión: Un guión debe ser como un haiku, conciso y claro. Minimalista. Porque cuando se haga la película, el director escuchará a los actores y al director de fotografía, que aportan grandes ideas, y luego hará lo que crea mejor. El cine es colaboración.
Dinero: Yo tengo otro empleo. Hago películas, pero me gano la vida en la industria vitivinícola. Trabajas en lo tuyo y te levantas a las cinco de la mañana para escribir tu guión. Hace 200 años, si eras compositor, la única forma de ganar dinero era viajar con la orquesta y dirigirla, porque entonces te pagaban como músico. No había grabaciones, no había royalties. Esta idea de la estrella del rock que se hace rica podría desaparecer, porque en esta nueva era quizá el arte sea gratuito. A lo mejor los jóvenes tienen razón y sí que tienen derecho a descargarse música y películas. Me van a fusilar por decir esto. ¿Quién ha dicho que los artistas tienen que ganarse la vida, que el arte debe costar dinero? Es mejor desconectar esas dos ideas.
Sobre este último punto, Neil Gaiman también tiene algo que decir (en La Cueva del Lobo han traducido unos fragmentos de sus declaraciones):
Los tiempos están cambiando. El debate continúa.
Alguna gente está hablando mal del NaNoWriMo, y no les falta razón, merece la pena leerles. Pero luego hay otros, como mi amiga Cos, que hablan bien:
Creo que nunca, salvo tal vez a los doce o trece años, había escrito tanto sobre una misma historia, no digamos ya con esta regularidad. A ratos no me creo que esté haciendo esto de verdad, simplemente porque hacía tiempo que había dejado de creerme capaz. Me palpita de orgullo la bilirrubina y se me hace raro que haya gente que no lo esté experimentando. Que no esté creando ahora mismo una historia y vivan tan tranquilos, como que no se pierden nada, o que no se sientan tan orgullosos de mí que tengan ganas de hablar de ello y alardear. Es algo tan importante para mí, que ha sido siempre tan estúpidamente importante para mí, que me resulta extraño que no me feliciten como si fuera mi cumpleaños o una de esas cosas en las que es bonito alegrarse y felicitar.
Bonito, ¿no? Felicidades, Cos.
El amigo Carballeira nos mandó hace tiempo una consulta y ya va siendo hora de que afrontemos la respuesta. Está preparando una novela juvenil y nos dice:
Mi mayor duda es elegir el tono y el lenguaje. La novela será corta, pero no sé si antes debo pensar en la edad de los niños a los que me dirijo y escribir en consecuencia o hacerlo al revés, escribir lo que me salga y luego decidir para qué niños va dirigido y reescribir en consecuencia.
Mi primera respuesta sería que escribas lo que te apetezca, y después, cuando veas lo que te ha salido y comprendas para qué edad funciona, lo revises en función de eso, limpiando o reescribiendo las partes que se salgan de ese marco. Tú trabajas diariamente con jóvenes, así que sabrás mejor que yo lo que es apropiado o no para los distintos rangos de edad.
He ojeado libros del Barco de Vapor de varias edades y no termino de decidirme, de hecho, no sé si ha sido buena idea ojearlos porque todos tenemos el defecto de escribir como lo último que hemos leído. A veces creo que para escribir hay que dejar de leer de manera radical.
Si lo último que has leído te inspira a escribir, entonces no tiene nada de malo. Además, la influencia siempre es menor de lo que nos creemos. Hace veinte años me dio por escribir «estilo Lovecraft», pero leyéndolo no hace tanto me di cuenta de que no tenía nada que ver. Había más en esos relatos del romántico adolescente atormentado que todos hemos sido que del peculiar atormentado de Providence. Y sin embargo, todos escribimos influidos de una forma u otra por lo que hemos visto, leído, incluso vivido. No merece la pena pararse a analizarlo, es mejor dejar las letras fluir.
Sí puede ser sano dejar de leer en tanto que te deja más tiempo para escribir. También te permite centrarte en tu trabajo, tener tu historia en la cabeza incluso cuando no estás escribiendo, en lugar de la historia de otro (como nos pasa a menudo cuando andamos leyendo algún libro y pensamos en sus personajes o trama en cualquier momento del día). Pero también puede ser que, para ti, tomarte un descanso para leer te permita relajarte pensando en otra cosa e incluso te ayude a desintoxicarte y superar bloqueos. Es algo personal.
Escribir pensando en tu público puede ser castrante. Recuerda lo que decía King:
Escribe con la puerta cerrada, revisa con la puerta abierta.