«El Profesor» de Frank McCourt, capítulo 14:
Cuando una lección flojeaba, cuando se despistaban, cuando demasiados pedían ir al baño, recurría al «interrogatorio gastronómico». Algún representante del gobierno o supervisor al cargo podría haber preguntado, ¿Esto es una actividad educativa relevante?
Sí, lo es, señoras y señoras, porque esto es una clase de escritura y por este molino pasa todo tipo de grano.
Comienza preguntándole a James lo que cenó la noche anterior, quién preparó la comida (su madre), quién puso la mesa (su hermana), de qué hablaron, si usaron mantel, todos los detalles del proceso. Las chicas protestan, la discusión se anima. McCourt le pregunta a otro alumno.
Daniel, ¿qué cenaste tú anoche?
Medallones de ternera en una salsa de vino blanco.
¿Qué tomaste con los medallones de ternera?
Espárragos y una ensaladita mixta con vinagreta.
¿Algún aperitivo?
No, sólo la cena. Mi madre dice que matan el apetito.
¿Así que tu madre cocinó los medallones?
No, la sirvienta.
Ah, la sirvienta. ¿Y qué hacía tu madre?
Estaba con mi padre.
Así que la sirvienta preparó la cena, ¿y la sirvió, supongo?
Claro.
¿Y cenaste solo?
Sí.
¿En una enorme mesa de caboa pulida, supongo?
Así es.
¿Bajo una gran araña de cristal?
Sí.
¿De veras?
Sí.
¿Tenías música de fondo?
Sí.
¿Mozart, supongo? A juego con la mesa y la araña.
No, Telemann.
¿Y entonces?
Escuché a Telemann unos veinte minutos. Es de los favoritos de mi padre. Cuando acabó la pieza llamé a mi padre.
¿Y él dónde estaba, si no te importa que te lo pregunte?
Está en el Hospital Sloan-Kettering con cáncer de pulmón y mi madre está siempre con él porque se va a morir.
Daniel, cuánto lo siento. Tendrías que habérmelo dicho y no dejar que te atosigara con mi interrogatorio.
No importa. Se va a morir igual.
El aula quedó en silencio. ¿Qué podía decirle a Daniel? El sagaz profesor-interrogador había jugado su juego y Daniel se había mostrado paciente. Los detalles de su elegante cena solitaria ocupaban el aula. Su padre estaba ahí. Esperábamos junto a la madre de Daniel, sentados junto a una cama. Nunca olvidaríamos los medallones de ternera, la sirvienta, la araña de cristal, y a Daniel sentado solo a la mesa de caoba mientras su padre moría.
No me creo nada. Es demasiado fílmico.
¿Y eso es malo?
Para mi gusto sí, creo que Frank McCourt ha pecado de excesivamente lacrimógeno en este relato, intenta ser creible pero conmigo no lo ha conseguido. Conmigo. Claro, esta es de las cosas que en el cine y en la televisión venden millones, pero a mí me queman.
A ver si hay suerte y te gusta más el fragmento de hoy. Los demás estáis muy callados esta semana…
Vaya, se ve que soy algo ingenuo, porque yo me lo tragué entero. De hecho creí que era una experiencia suya, real…
Bueno, se supone que lo es… O al menos «basado en hechos reales», espero ;D
¿Nunca habéis contado una mentirijilla, exagerado o cambiado un suceso para que resultara más interesante y divertido? No sé vosotros, pero yo lo he hecho en muchas ocasiones. Así que no critiquéis tanto a McCourt. Je je je.