Frank McCourt acabó su carrera como profesor de escritura creativa sin haber escrito un solo libro. Los libros vendrían después. Leyendo «El Profesor», uno diría que fue a través de sus alumnos como aprendió que las mejores historias se esconden en acontecimientos cotidianos.
Los estudiantes de escritura creativa del instituto Stuyvesant tendían a infravalorar sus propias experiencias como material para sus escritos. ¿A quién le va a interesar mi vida?, se decían. En esta semana monográfica dedicada a McCourt vamos a repasar algunas de las escenas que estos jóvenes compartieron en sus clases, para encontrar esas historias que McCourt nos trae a pesar de que ellos mismos en su día no las supieron ver.
Pero hoy vamos a hablar del propio McCourt y de dónde encontró sus historias. Quizá os reviente algunos detalles de su relato, pero estos libros son retratos y no se basan en una trama así que espero me lo perdonéis. El viernes ya os contaba de qué va cada uno de sus tres libros, estrictamente autobiográficos. Pero hay un detalle mágico que los une.
La primara novela concluye cuando, tras muchas tribulaciones, el ahora adolescente Frank consigue por fin comprar el pasaje que le saque de Irlanda. Así termina:
Yo me quedo en cubierta con el telegrafista mirando el titilar de las luces de América. Él dice: Dios mío, qué noche más buena, Frank. ¿No es éste un gran país?
Lo es.
Con esa última frase, McCourt (el autor y el personaje) hace una afirmación que es una esperanza: que lo sea, que América sea la tierra prometida que tanto tiempo ha ansiado. Esas dos palabras encierran toda una historia, desde la esperanza a la comprobación y no sabemos si a la realización. Por eso dan título al segundo volumen, que cuenta esa historia.
Ayer terminé de leer el tercer volumen, El Profesor, cuyo final sigue una pauta parecida. Tras impartir su última clase antes de jubilarse, según se aleja por el pasillo, alguien grita a su espalda:
Eh, señor McCourt, debería usted escribir un libro.
Al pasar la página, el último capítulo reza:
Lo intentaré.
¿No resume esa frase toda una historia? Ese podría haber sido el título de un cuarto libro que contara los acontecimientos posteriores a su jubilación, el proceso de escritura y publicación de Las Cenizas de Ángela, su recepción, el éxito, la incredulidad del propio autor, encumbrado de profesor de secundaria a estrella mediática. ¿No hay una historia ahí? Frank McCourt supo encontrarla, y quizá sólo su muerte le impidió contarla.
La muerte va a ser un tema recurrente esta semana. Por ahora, ve encargando estos libros y preguntándote si tu vida no podría dar también para varios libros…
Cualquier experiencia vivida, por insignificante que nos parezca, puede ser la simiente de un relato, incluso de una novela. Depende del buen oficio del autor y que éste sepa sacarle punta. En una ocasión leí que un buen escritor es como el fotógrafo que es capaz de plasmar en una instantánea lo que no somos capaces de ver aunque pasemos por delante de esa iglesia, paisaje, plaza… todos los días. El buen narrador es aquel que es capaz de transformar lo cotidiano en algo único y sorprendente, es decir, mostrarnos aquellos matices de la realidad que no somos capaces de… Leer más »
¡Me ha encantado esa comparación con el arte fotográfico!
(Millás es otro que por mi parte sigue virgen)