Fanzines

Cuando yo empecé a escribir, o al menos a tomármelo medio en serio, estaban muy de moda los fanzines. No eran ningún invento nuevo (se les atribuyen unos 70 años de historia) pero se volvieron muy comunes gracias a la facilidad de acceso a fotocopiadoras y otras formas de reproducción. Eran publicaciones caseras, organizadas entre amigos, y sus páginas se rellenaban gracias a la colaboración de amigos de amigos de amigos… que eran al final también los únicos que los leíamos.

Había fanzines de todos los géneros, dedicados a música o a juegos re rol, otros hablaban de política o de moda, y por supuesto otros recogían las creaciones literarias de jóvenes autores poco (o nada) conocidos.

La calidad de los contenidos iba pareja a la profesionalidad de sus creadores y colaboradores, es decir, muy irregular y tendiendo a baja. Quizá por eso, publicar en un fanzine no te llevaba a ninguna parte, pero muchos empezamos así y era un empuje de ilusión ver tus poemas o tus relatos encuadernados aunque fuese con dos grapas. Además era una forma interesante de recibir opiniones de lectores, aunque a menudo fuesen, como ya digo, los propios coescritores, que tendíamos a ser demasiado amables los unos con los otros.

Luego las cosas han ido cambiando. Los fanzines pasaron a llamarse «prensa gratuita» y a diversificarse abarcando desde periódicos semi-sensacionalistas como el 20 Minutos, a decanos del rock como MondoSonoro, pasando por muchas otras menos conocidas pero más interesantes, que satisfacen al más alternativo, y con un diseño y nivel de calidad sencillamente sorprendentes. Otro cambio ha llegado a través de internet y sus blogs especializados.

Pero a medio camino entre unos y otros, siguen existiendo los fanzines literarios. El otro día me escribieron de Revista Ohio para ofrecerme participar, y que corriera la voz. Yo no me he parado a enviarles nada, y ellos mientras tanto han sacado ya el primer número, que me ha recordado (en filosofía al menos) a aquellos fanzines de hace quince años. ¿Qué os parecen los contenidos? ¿Os animaríais a colaborar? ¿Y qué otros fanzines conocéis?

Robert McKee

El conocido gurú del guión es una figura controvertida. Sus libros le han convertido en leyenda, aunque sus reglas se han convertido también en el yugo que atenaza la creatividad de muchos guionistas poco dispuestos a regirse por puntos de giro y estructuras en tres actos. Yo aprendí mucho de uno de sus libros, pero me sienta mal que cobre tantísimo dinero por compartir su sabiduría, como los cientos de dólares que cuesta la suscripción a su nueva escuela online.

Pero El País le citaba ayer y me ha gustado uno de sus comentarios:

«En EE UU estamos viviendo el comienzo de una edad de oro. Los productores son todos escritores, ellos controlan la historia. Esto no ocurre en Europa, donde a los guionistas no se les paga ni de lejos lo que se merecen y son de segunda fila. ¿Quién dirige The Wire, o A dos metros bajo tierra? No lo sabemos, a pesar de que están muy bien dirigidas.»

En efecto, el boom de series actuales, que contrasta con el controvertido declive de la industria de Hollywood (una crisis que ha dado al traste con el sueño de Guillermo del Toro de dirigir El Hobbit y que ha generado divertidas polémicas como la de El equipo A, por no mencionar que sus cimientos de secuelas, adaptaciones y remakes se tambalean), se basa en las ideas y en sus creadores. Los grandes nombres de la TV americana de hoy son J. J. Abrams y Alan Ball, David Chase o su tocayo Simon, todos ellos al mismo tiempo guionistas y productores, o en una palabra, creadores.

¿Qué pensáis? ¿Realmente se avecina una edad de oro para los guionistas? ¿O es otra flipada de McKee para vender más libros?

Criticar por criticar

Hermoso artículo el de Daniel Castro hoy en Bloguionistas: «Debilidades«. Os lo recomiendo.

Preguntas sin respuesta

La nueva sesión del podcast ya está disponible. Hace la número 22, se titula «Preguntas sin respuesta«, y entre otras cosas nos sirve para ponernos al día con vuestras últimas consultas.

Pero sobre todo, aborda fundamentalmente el tema de cómo resolver nuestras propias dudas. A menudo nos preguntamos cuál es la manera “correcta” de hacer las cosas (de contar la historia), cuando en realidad sólo necesitamos encontrar NUESTRA manera de contar nuestra historia. Espero que la sesión os guste.

Dime Quién Soy, de Julia Navarro

Dime Quién SoyHace tiempo que no os pongo al día de mis lecturas, aunque por supuesto siga haciéndolo de forma indirecta en mi listado de lecturas recientes. Hoy no voy a hablar tanto de un libro leído como d eun libro por leer, aunque en los próximos días espero poneros al día con Hemingway, Malzieu, Conrad o McCourt.

Esta semana ha caído en mis manos, Bloguzz mediante, la última novela de Julia Navarro, y yo (generalmente más interesado en los clásicos que en la actualidad literaria) no tenía ni idea de quién era. Lo sorprendente ha sido ver la novela en grandes expositores por todas las librerías de la ciudad. Potente.

El volumen es un señor tocho de más de mil páginas. Yo esto nunca lo he entendido, la necesidad de cargar con semejantes ladrillos cuando las ediciones de bolsillo son tan cómodas. Tiene sus ventajas, claro: la letra grande y clara cansa menos la vista, y la pasta dura da sensación de importancia al objeto. Además, al haber poco texto por página, la sensación de avance es muy gratificante. Pero prefiero la comodidad de las pastas flexibles y de poder llevarlo cómodamente en el bus o a la cafetería… No sacarlo de casa desde luego va a ralentizar la lectura.

Ayer en el avión leí las primeras cincuenta páginas, y ya se pueden atisbar las características de la prosa, que serán virtudes o defectos según los gustos del lector. Por ejemplo, por la parte positiva podría destacar la claridad del texto y la fluidez de la lectura, aunque me llevo la impresión de que la autora utiliza demasiadas palabras para decir muy poco. Esto es más notable en los larguísimos diálogos que se reproducen íntegramente en estilo directo, aunque el ritmo mejora en los diarios y fragmentos narrados en primera persona por personajes distintos del protagonista inicial.

Dicho protagonista es un periodista en paro al que su tía encarga investigar la vida de una antepasada, un recurso que hemos visto repetido hasta la saciedad como arranque de novelas de gran éxito comercial como Los hombres que no amaban a las mujeres sin ir más lejos. La primera impresión es que todo le viene de cara a este periodista un poco inepto, ya que en seguida encuentra sacerdotes dispuestos a abrirle la puerta de sus archivos y familiares dispuestas a proporcionarle información, eso sí, en dosis diseñadas por ellas mismas.

Tras esas primeras páginas, la sensación es incierta. Por una parte tengo cierta curiosidad por el fenómeno de ventas y el mensaje político que pueda querer enviar esta periodista (la autora), mientras que por otra parte el periodista (el personaje) me parece un pelele sin interés, que además investiga a una persona de la que inicialmente sabemos tan poco, que tampoco despierta nuestra curiosidad. Por el momento lo más atractivo parece el retrato de nuestra historia reciente. Aunque temo que la inclinación política de la autora pueda distorsionar la realidad de lo narrado, por el momento estoy dispuesto a darle una oportunidad.

¿Y tú qué opinas?

Registrar una obra

 

Me pregunta David Oliver: «¿Cómo es más rápido, barato y fácil registrar la obra? Una vez que esté registrada, ¿se puede modificar?»

Existen dos tipos de registro fundamentales: Propiedad Intelectual y Derechos de Autor. Los registros son siempre baratos, pero rara vez rápidos o fáciles, aunque tampoco son más complicados que cualquier otro procedimiento burocrático como abrirse una cuenta en un banco o empadronarse en el ayuntamiento. No soy en absoluto un experto en estos temas pero intentaré dar unas pistas breves para aquellos que sepan aún menos que yo. A quien sepa más, le invito a que comparta su sabiduría en los comentarios.

El Registro de la Propiedad Intelectual básicamente estampa tu obra con una fecha para resolver posibles acusaciones de plagio. Es como una oficina de patentes donde en lugar de inventos, se registran ideas. Es uno de esos trámites que los aficionados o semi-profesionales solemos pasar por alto porque, ¿quién me va a a plagiar a mí? Bueno, pues esto es como un seguro de accidentes: lo más normal y lo deseable es que nunca te haga falta, pero no está de más cubrirse las espaldas.

La Propiedad Intelectual es cualquier cosa: texto, dibujos, nombres, conceptos… Esto significa que si modificas la obra, los conceptos básicos que quedaran recogidos en el registro primero seguirán estando protegidos. Si consideras que tu obra ha cambiado lo suficiente, siempre puedes volver a registrarla.

El registro es rápido o lento según se mire. En España suele funcionar más o menos así: tienes que ir a la oficina con las copias que te soliciten (creo recordar que dos), rellenar los formularios, esperar a que el funcionario lo teclee todo en su ordenador y te dé un recibo, ir con él al banco a pagarlo (son unos 12 euros por obra, si no ha cambiado mucho) y volver con el recibo sellado para acabar el registro. En ese momento tu obra queda registrada, aunque el documento oficial con tu código de registro solía tardar más de dos años en llegarte a casa por correo (no sé si esto habrá cambiado). En cualquier caso, los detalles del proceso los podéis buscar en la web del Ministerio, donde además parece que han habilitado la opción de registro online, que imagino será mucho más cómoda y ágil. Quien la pruebe, que comente.

El otro registro habitual será con una entidad de gestión de derechos de autor, como puedan ser CEDRO, DAMA o SGAE, entre otras. A pesar de la pésima reputación que se ha labrado esta última (no quiero entrar en el tema), todas ellas cumplen una función vital, y es que el dinero que generan las obras llegue a los autores. Cada entidad se encarga de la gestión de determinados tipos de obra y también pone sus propias condiciones  de registro. Por ejemplo en SGAE se ocupan de artes escénicas, por lo que se pueden registrar obras musicales, dramáticas y coreográficas, o grabaciones audiovisuales de éstas. Para hacerse socio hay que tener una obra estrenada y pagar una cuota única de 15 €. A partir de ese momento, el registro de cada obra es gratuito y se puede hacer online de forma bastante sencilla. De todas formas, para un escritor la SGAE sólo es útil si escribe textos teatrales o colabora escribiendo el argumento de un ballet, la letra de una canción, etc. Para otro tipo de obras deberá recurrir a una entidad diferente, de las cuales por desgracia desconozco el funcionamiento específico.

Espero que a pesar de las lagunas esta pequeña introducción al tema os haya sido útil. Si estáis interesados, estoy seguro de que en los enlaces o en la Wikipedia podréis aprender mucho más sobre este asunto.

Un consejo

Evita usar abreviaturas, latinajos, etc.