Frank McCourt escribió tres novelas antes de fallecer.
La primera, Las Cenizas de Ángela, narra su miserable infancia en los barrios pobres de Limmerick, la represión de su educación católica y su lucha por alcanzar el sueño de emigrar a América. Ganó el Premio Pulitzer y es una delicia (hace poco os contaba cómo la adquirí).
La segunda, Lo Es, narra su llegada a Nueva York, sus primeros empleos, la búsqueda de piso y de un lugar en el mundo, del amor, de una profesión respetable. Intenta repetir la fórmula pero carece de chispa y se queda en terreno de nadie.
La tercera y última, El Profesor, cuenta sus experiencias como maestro de inglés de secundaria y, en sus últimos años, también de escritura creativa. Le falta rumbo tanto a la novela como al personaje, pero ambos lo van encontrando hacia el final, y precisamente el último tercio, centrado en sus clases de escritura creativa, es el más intenso de los dos últimos libros.
Tanto la obra de McCourt como sus consejos son perfecto reflejo de la filosofía de Brenda Ueland en Si Quieres Escribir, y un contraste perfecto con las historias de premisas megalomaníacas de las que hablábamos la semana pasada. y todo lo que hemos dicho en el podcast sobre la propia experiencia y los aspectos autobiográficos. Por eso vamos a dedicarle la semana que viene de forma monográfica, de lunes a viernes, comentando diversos aspectos de su obra a través de varios fragmentos.
Estaba escuchando el programa del 2 de agosto de La Rosa de los Vientos, donde entrevistaban a un escritor español llamado Jerónimo Tristante. Comentaba que nuestra educación es muy audiovisual y que cuando le dicen que sus novelas son muy cinematográficas le alegra.
Explicó un concepto curioso, y es que a menudo comienza sus novelas como muchas películas americanas, con un ”relato semilla” donde aprovecha para presentar el personaje. Me ha parecido como lo de empezar en medio de la acción, pero con unos hechos que no tienen por qué formar parte de la propia trama de la novela. Es interesante y supongo que mucho más fácil de hacer. Enganchas al lector, le presentas los personajes y, tras la resolución, ya puedes ponerte con la novela propiamente dicha.
Aunque, como el propio autor dice, el concepto no sea nada nuevo, me parece una buena sugerencia para tener en mente. ¿Has escrito tú algo parecido?
«Atlas…» cuenta la historia de cuatro mujeres. Si no me falla la memoria (hace 12 años de esto y no tengo el libro a mano), todos los capítulos están narrados en primera persona, pero cada vez por un personaje distinto, de las cuatro protagonistas. Si me falla la memoria, el narrador sería omnisciente, limitado cada vez a una sola mujer. Hablemos por tanto de «personaje punto de vista», que nos vale para ambos casos. De una forma u otra, quizá tengamos una lección que aprender aquí, de los errores ajenos.
El problema era que los personajes no se identificaban de manera alguna al principio de cada capítulo, con lo cual no tenías ni idea de a quién estabas siguiendo esta vez. La idea era, supongo, que una no se llama a sí misma por su nombre cuando piensa, y que el lector podría deducir la narradora por el contexto. Llamadme torpe, pero yo era incapaz. Las cuatro mujeres me parecían intercambiables, porque no tuve tiempo de aprenderme qué características correspondían a cada una cuando ya las estaba mezclando todas. Nunca acabé de leerme el libro.
George R. R. Martin ha creado un reparto absurdamente enorme en su «Canción de Hielo y Fuego«, pero al menos cada capítulo lleva por cabecera el nombre del personaje en cuyo punto de vista nos vamos a centrar a continuación. Al menos sabes de quién te están hablando, que es lo mínimo. Si se te ha olvidado quién es, por exceso de nombres, o porque lleva cuatrocientas páginas sin aparecer… bueno, eso es otro problema.
Ya veis a dónde quiero ir a parar, ¿verdad?
Un escritor pasa muchos meses, casi siempre años, desarrollando los personajes y tramas de una novela hasta que llega a conocerlos mejor que a su familia. Los lectores, en cambio, rara vez se zambullirán a tanta profundidad, e incluso podrían dejar pasar días entre capítulo y capítulo, y peor aún, entre párrafo y párrafo. No es que haya que darles todo el trabajo hecho: a los lectores nos gusta que nos traten como a personas inteligentes. Pero a veces un poco de redundancia es sana: no nos gusta que nos traten como si no tuviéramos otra cosa que hacer que aprendernos el árbol genealógico de tus secundarios. De nuevo la virtudad está en el equilibrio, y el punto de equilibrio, en tu intuición.
Estoy escribiendo una historia (llamémosla así de momento) centrada en dos protagonistas antagónicos. Se narra todo en primera persona desde la perspectiva de cada uno, y me ha surgido una duda: uno de los personajes es muy pedante, ¿debe esto reflejarse en las partes narradas desde su punto de vista? O dicho de otra manera, ¿aunque el narrador sea en primera persona puede o debe distanciarse de la forma de hablar del personaje en el que se encarna para que, por ejemplo en este caso, la narración no se vea pesada por la forma de expresarse del personaje en cuestión? ¿Sería congruente hacerlo aunque narrador y personaje sean el mismo?
Lo que pretendes hacer no se puede hacer*. Un personaje:
no puede ser dos personajes
no puede tener dos formas distintas de expresarse
no puede suavizar su discurso sólo para caerle bien al lector
Ahora bien, un personaje:
puede querer aparentar ser más duro de lo que en realidad es
puede caerle mal a otros narradores, que le describirán peor de lo que es
puede tener doble personalidad
puede evolucionar de insoportable a querible gracias a sus experiencias durante la historia
puede fingir simpatía si está contando su versión de los hechos a alguien cuyo favor desea conseguir (lector explícito)
no tiene por qué caerle bien al lector (véase Lolita)
O dicho de otra forma: *lo que pretendes hacer no se puede hacer… sin justificación dentro de la historia.
Ya he hablado alguna que otra vez de Scriptshadow, así que no presentaré al amigo Carson Reeves por enésima vez. Este lunes revisó el guión de Vanishing On 7th Street, un largometraje de terror cuyo trailer ya está disponible:
Como veis, prácticamente toda persona viviente desaparece repentinamente (criticadme esos adverbios, por favor), con pocas excepciones: los protagonistas. Además, algo raro ocurre con la oscuridad, porque se dice que cada cual sólo puede confiar en la luz que porte él mismo. Claustrofobia pura, vamos. Un concepto potente.
Carson comienza su crítica preguntándose: ¿demasiado potente?
El guión arranca con fuerza pero, como tantos de su estilo, se ve devorado por su propia ambición. El concepto super-elevado de su premisa nos atrae como basura fresca a una famila de mapaches. La pregunta es, ¿es la premisa demasiado sofisticada? «¿Qué, cómo?», preguntas, «¿cómo es posible tal cosa?». Una premisa es demasiado sofisticada cuando, hagas lo que hagas con la historia, nunca va a ser tan interesante como el concepto. En otras palabras, quien mucho abarca poco aprieta. Y desafortunadamente eso es lo que pasa con Vanishing.
Esto merece que no paremos a pensar. Precisamente anoche estaba hablando de esto. Acabo de terminar de leer 1984 y mi compañero anda leyendo Un mundo feliz. Estos dos clasicazos adolecen del mismo defecto indiscutible: una vez agotada la premisa principal, la trama se va desinflando por momentos.
En televisión lo hemos visto también, hace pocos años con The 4400 (cuatro mil cuatrocientas personas desaparecidas en las últimas décadas reaparecen simultáneamente sin recuerdo alguno y sin haber envejecido un día) y más recientemente con la fallida Flashforward (en el mismo instante, toda la población mundial sufre un desmayo durante el que sueñan una escena de su futuro justo seis meses después).
Por supuesto el concepto es lo bastante potente como para atrapar la imaginación del lector (o del espectador, que paga su entrada de cine o se sienta frente a la tele cada semana deseando asistir al espectáculo), pero ¿no es una pena que, por culpa de haber empezado con el clímax, el final nos deje sabor a decepción?
Si la premisa que pone la historia en marcha es lo mejor del guión, entonces sólo tienes 1/4 de guión. ¿Qué pasaría si los alienígenas invadieran la tierra mañana? Guay, gran concepto. ¿Pero luego qué? ¿Cómo mantienes el interés durante los 100 minutos siguientes? Si quieres ver lo mal que se puede llegar a hacer, alquila Independence Day. Asegúrate de alquilar también una pistola, porque hacia la mitad querrás pegarte un tiro. Creo que la clave para estas historias de gran concepto es asegurarse de que tienes preparada una historia personal que contar una vez que has enganchado a tu público.
En efecto, la gran pregunta es: ¿cómo se evita este problema? ¿Con personajes interesantes? ¿Con tramas sólidas? ¡Pues claro! ¿No deberían esos elementos estar presentes en cualquier historia? Sí, pero es que nos lo hemos puesto muy difícil a nosotros mismos, ¿qué hacemos para que nuestro final esté a la altura de nuestro principio? Pues buscar un elemento igual de potente. Perdidos puede haber decepcionado a muchos con su final, pero durante seis temporadas consiguió reinventarse a sí misma con personajes interesantes, nuevas situaciones y esquemas narrativos de la más diversa índole. Blindness dio un giro inesperado al deshacer una tragedia mundial y concluir con una tragedia personal. ¡Magistral!
Aquí va un ejercicio muy potente: ¿cómo salvarías tú Vanishing on 7th Street de caer en esta trampa? ¿Cómo mejorarías un clásico de la talla de 1984? ¿Cómo conseguirías sacar a las premisas citadas mas partido que los títulos que las idearon? O para presentar otra próxima novedad, ¿qué harías tú con la premisa de Skyline?
Scriptwriting Tips ofrece diariamente un consejo de sólo un par de líneas, directo y al grano (no como yo, que siempre me enrollo lo indecible).
Los consejos están orientados a guionistas. En muchos casos, el autor (que es un poco borde) se limita a señalar un cliché que considera demasiado repetido. La mitad de las veces los consejos son muy discutibles. Pero a menudo se ofrecen ideas aplicables a cualquier formato, y de vez en cuando se cuela una joya memorable que merece la pena citar aunque sea por su concisión.
Os dejo con una selección de los mejores consejos del último par de semanas.
Escribir bien es lograr que tus personajes hagan cosas inesperadas que cuadran perfectamente con lo que sabemos sobre ellos.
Todas las escenas deben afectar de alguna manera al protagonista, directa o indirectamente. De lo contrario, la escena es inútil. No importa si es el momento más gracioso, terrorífico o interesante del guión: hay que quitarlo.
Si en sus momentos más bajos (Nota: final del segundo acto) tus personajes no se están diciendo los unos a los otros las cosas más terribles, de las que te parten el alma… entonces lo estás haciendo mal.
No hace falta que empieces in media res, pero ¿podrías hacernos a todos un favor y saltarte la parte aburrida?
Para los que no sepan inglés, seguiré trayendo al blog alguna selección de sus consejos conforme se vayan publicando.
Tenía preparado otro asunto para hoy, pero la actualidad manda. Anoche me fui triste a la cama tras leer la noticia del fallecimiento de Satoshi Kon. Curiosamente, su aparición en el taller esta semana hilvana muy bien con las de Alan Moore y David Lynch (a menudo se le compara con este último), aunque en este caso los motivos sean tan tristes. Nos lo ha arrebatado un cáncer de páncreas cuando sólo contaba 46 años de edad.
Los fans del anime conocerán sin duda sus obras, que abarcan el guión de «Magnetic Rose» (el primer fragmento de la conocida Memories) así como los largometrajes Perfect Blue, Millennium Actress, Tokyo Godfathers y Paprika, cada uno de ellos una obra maestra. Para redondear, creó también la serie «Paranoia Agent«, de la que hace años escribí una crítica totalmente positiva y que sigue siendo seguramente mi serie de animación favorita.
Como en tanta ficción japonesa, sus obras no estaban tan orientadas a contar una historia como a generar emociones, pero Kon fue un maestro en llevar ambas tareas varios pasos más allá, con premisas sencillas y desarrollos tremendamente originales. La frase más repetida del día es una gran verdad:
No es que sin Satoshi Kon el anime nunca vaya a ser lo mismo. Es que ahora seguramente siempre será lo mismo.
Tuve el placer de asistir a la rueda de prensa en la que presentó Paprika en Sitges 2006, donde anunció que esa sería su última película sobre el subconsciente y que a continuación abriría un nuevo ciclo en su carrera. Por desgracia nunca sabremos lo que su genial cabeza habría llegado a idear. Como mucho, llegaremos a ver terminada la película en la que trabajaba actualmente, The Dream Machine (en la imagen), protagonizada exclusivamente por robots y orientada al parecer al público infantil.
Hoy más que nunca, os invito a que sigais los enlaces y os hagais con alguna de sus obras, que seguro os van a sorprender.