Nombres reales

Porter's Cafe

Sergio Mora nos envía una pregunta a la que estaba convencido de haber respondido ya, pero como no encuentro dónde lo hice, aquí va:

Tengo más o menos enfocada la historia de un relato, el lugar donde se origina todo es en un pueblo llamado Superior, en Arizona. Un restaurante llamado Porter’s Cafe Restaurant y el dueño de éste es Lynn Heglie.

Los datos anteriores son auténticos, pienso hacer un relato clásico de zombies y, entre otros, usar estos nombres. ¿Recomiendas no hacerlo por alguna razón? ¿O da igual? Sé que este relato no llegará a ninguna parte, pero tampoco quiero líos por usar nombres reales. ¡Gracias!

Hay situaciones en las que usar nombres reales no puede generar ningún problema. Si tus personajes almuerzan en un McDonalds, escuchan a U2, votan a Angela Merkel o son fans de Iniesta nadie va a protestar. El uso de iconos culturales como parte de la atmósfera de tu mundo es inocuo para ellos y a nadie hace daño.

Entramos en un terreno más peliagudo si tus personajes sufren malas condiciones laborales en Mcdonalds, intentan atentar contra Bono durante un concierto, violan a Angela Merkel o tienen un romance homosexual con Iniesta. Ahí se pueden herir susceptibilidades y algún abogado podría sacarte la tarjeta roja.

Like a virg... Espera, ¡esa no es ella!

Generalmente las parodias están a salvo, desde un humorista imitando a Madonna a un cómic como Madonna no existe, pasando por el diálogo del comienzo de Reservoir Dogs. También deberías estar a salvo si el Lynn Heglie de tu Porter’s Cafe en Arizona es un científico loco que crea zombies por las noches, siempre que el universo en que lo cuentes sea claramente fantástico, y no una clara alegoría criticando el tipo de hamburguesas que sirve. La línea es delgada y depende de las susceptibilidades de cada uno, pero de las leyes básicas ya hemos oído todos hablar: derecho al honor, etcétera.

Ante la duda, escribe a Lynn Heglie y pregúntale si le parecería mal que su establecimiento protagonizara un relato de zombies. O cambia los nombres. O no los cambies, métete en un lío, genera polémica, y hazte famoso.

Gracias, Google Images

Recuento

Se acabó el nano, y este es mi recuento:

  • Cómputo de palabras: 51.631
  • Fecha: Alcancé las 50.000 el día 26
  • ¿Novela terminada? Sí (un total de unas 57.000, ya tenía el principio escrito de antes)
  • Título: Telescopia
  • Género: Suspense con dosis de romance y un toque fantástico/sobrenatural
  • Público: Adulto
  • Premisa: Un joven padece una extraña afección: ve simultáneamente lo que tiene delante y una segunda visión, como en una transparencia. Una nueva compañera de trabajo intentará ayudarle a comprender lo que ocurre. (Sé que no suena muy intrigante, tendré que currarme esto mejor…)
  • Escrita en (de más a menos): metros y tranvías, el sofá de casa, un autobús de ruta por Israel, la oficina.
  • Lectores en beta: 3
  • Notas de cosas por arreglar: 13 (más notas de los lectores beta)
  • Nivel de satisfacción con el primer borrador: ¡Muy alto!

Y a ti, ¿cómo te ha ido?

The final countdown

¡Último fin de semana! ¡Ya casi estamos ahí! Estoy seguro de que muchos de estáis a punto de alcanzar las consabidas cincuenta mil palabras, ¡os lo veo en la mirada!

Yo acabo de terminar el primer borrador de Telescopia justo al mismo tiempo que alcanzaba la cifra mágica. (La novela en total es un poco más larga porque ya tenía escritas unas seis mil palabras antes de que empezara el mes.) ¡Pronto hablaremos de revisión!

Pero de momento, adelante con ese último estirón, ahora que el frío invita a quedarse en casa, y en cuanto pulséis el último enter… ¡a celebrarlo!

¡Al ataque, nanos!

Descanse en paz

Hoy ha fallecido mi AlphaSmart en acto de servicio. Parte de la pantalla ha dejado de funcionar. Todavía se puede usar, y de hecho he podido transferir al ordenador el trabajo del día, pero ya no es cómodo ni práctico usarlo. ¡Se aceptan donaciones!

El AlphaSmart, cacharrito del que os prometí hablar, es en pocas palabras una máquina de escribir portátil. Sus grandes ventajas son una pantalla visible a plena luz del día, una duración de las baterías de cientos de horas y un peso de apenas medio kilo, tres aspectos con los que ningún portátil puede competir. Puede almacenar hasta unas veinte o treinta mil palabras y transferir lo escrito a cualquier procesador de textos mediante cables USB. Su principal pega es el teclado americano, que no incluye eñe ni acentos, pero eso sí, es posible teclear como si el teclado fuera español y, aunque en tu pantalla veas caracteres extraños («As´i es Espa;a»), al transferirlo a tu ordenador español se leerá correctamente («Así es España»). Si os interesa, el nuevo modelo Neo 2 se puede comprar en la web oficial, pero yo recomendaría un modelo antiguo como el 3000 que se pueden encontrar baratísimos en eBay (¡el mío creo que costó unos 23 euros!).

Esto me deja a diez mil palabras de acabar el nano. Menos mal que puedo coger otro AlphaSmart prestado para no perder el ritmo, porque un 50% de mi novela la estoy escribiendo en el metro…

Y tú, ¿dónde y cuándo escribes?

Día 15

La protagonista de "Agua para elefantes" nos da una clase de inglés

¡Llegamos al ecuador! ¿Habéis alcanzado las veinticinco mil palabras? ¡No os deis por vencidos! A veces piensa uno, ¿para qué tanta molestia, si me está saliendo un churro?

No seais duros con vosotros mismos, para eso existe NaNoEdMo, el mes en que dedicaremos 50 horas a editar nuestro nano.

Y ¿sabéis lo mejor? Quizá acabéis descubriendo que no es un churro. Al menos eso han debido de pensar los fans de «Agua para elefantes», que ha vendido cientos de miles de copias, ha ganado varios premios y se ha adaptado al cine este año con bastante éxito de taquilla. Su autora, Sara Gruen, ya tenía dos libros en la calle, pero fue este tercero, que arrancó como un nano, el que le ha dado fama internacional y se ha traducido a más de cuarenta idiomas. Con su siguiente novela, publicada el año pasado, repitió la experiencia de noviembre.

Por poner un ejemplo más cercano, me consta que el cacereño Fernando Alcalá Suárez, que acaba de sacar a la calle su segunda novela juvenil «Tormenta de verano«, ha venido participando año tras año. A estas alturas ya va por las treinta mil palabras, ¡y es que es todo un profesional del nano!

Yo estoy ahora mismo sobre las veintiocho mil. ¿Cómo vas tú?

Día 11

Hoy, 11 del 11 del 11 hay quien se ha propuesto escribir durante 11 horas, o escribir 11.111 palabras, o comerse 11 uvas a las 11 de la noche como en una nochevieja descafeinada (esto me lo acabo de inventar, pero alguien habrá que lo haya hecho, todavía estáis a tiempo en Canarias y América cuando escribo esto). Otros hemos seguido con nuestra vida como si tal cosa, que no es poco.

Si observais la esquina superior izquierda, finalmente sí que me he animado a escribir el nano. Ya mencioné en los comentarios de la última entrada que tenía un relato entre manos. A última hora se me ocurrió que el final que tenía previsto podía ser tan solo un punto de giro y la historia podía seguir a partir de ahí. Ayer escribí ese punto de giro y ahora estoy un poco perdido, pero todavía sigo por encima del mínimo de palabras diario (podéis ver un contador actualizado), a ver qué pasa después. Soy capaz de llevar el ritmo gracias a mi AlphaSmart, un aparato del que os tengo que hablar más extensamente porque vale su (poco) peso en platino recauchutado.

La novela lleva el título provisional de Telescopia, mezcla romance, fantasía y thriller y espero que un día no muy lejano alcance a convertirse en novela terminada, casi tengo la certeza de que no se quedará en proyecto a medio hacer. Además, me encantaría que se rodara la primera parte como corto. Estoy utilizando una técnica narrativa que no había usado nunca, cercana al flujo de conciencia, aplicando cono mayor o menor fortuna recursos aprendidos de Javier Marías y José Saramago (seguramente entre otros). Tiene prácticamente solo dos personajes, recorre media Europa y cambia las reglas del juego al menos un par de veces a lo largo de su recorrido, ya veremos si más.

Quienes estéis también haciendo el nanowrimo no dudéis en escribirme para presentaros si no os conozco ya y agregarme como «writing buddy«. Pero lo más importante: ¿tú, qué estás escribiendo?

Nanowrimo sí o nanowrimo no

Os tengo abandonados, lo sé, no creías que no me pesa la conciencia. Pero es que tampoco me pincháis, puñetas. Dejad de felicitar tanto y preguntad más. Los halagos me apoltronan, las preguntas me tiran de la lengua.

Hoy me ha tirado de la lengua, sin pretenderlo, una entrada de la amiga Marina en su blog Más sobre los lunes. Que se acerca el nano y la mujer no sabe qué hacer con su vida:

[…] estaba tan triste que pensaba: es un buen momento para escribir una novela. Me salvará de la ola de pena del otoño. Total: escribo post de mil palabras con relativa facilidad. Con escribir el doble al día podría completar las cincuenta mil. Dejo de nadar, dejo de publicar aquí a diario y ya sacaría el tiempo suficiente. No voy a dejar de escalar, que quede claro: antes no duermo.

Mola más leer el post completo. Yo no me he podido contener y he tenido que responderle. He pensado que quizá esas reflexiones también os puedan ser útiles a alguno de vosotros, y quizá animaros a que os tiréis a la piscina. ¡Feliz noviembre!

Yo he dejado de leerte desde que escribes todos los días. La vida no me da pa tanto blog. Hoy he visto que tenía 16 entradas pendientes tuyas y he estado a punto de borrarte de mi Google Reader (total, las entradas bonitas ya las comparten puntualmente mis amigas). Te has librado porque has escrito sobre el Nano. Resumiendo, que si dejas de escribir todos los días, yo tan feliz. Prefiero leerte destilada a ahogarme y no leerte.

Yo solo hice el nano un año, y abrí un blog aparte, privado y por invitación, donde subía un capítulo cada día o dos para que los amigos leyeran y comentaran. Eso me animaba a escribir, porque no lo hacía solo para mí, tenía un público entusiasta que pedía más, que quería saber cómo seguía la historia. Aunque mi determinación flaqueara, no podía dejarles tirado. Ni que decir tiene que llegué puntualmente a las cincuenta mil palabras (concretamente, todavía lo recuerdo, acabé en 51.111).

Los blogs pasan, las novelas quedan. Poco a poco he ido puliendo aquel nano y lo tengo presentado a un certamen. No creo que gane, porque por mucho que lo he pulido, la estructura sigue siendo un poco regulera. Pero lo que yo he aprendido, eso no me lo quita nadie. Y la novela terminada, tampoco.

Pero ante todo: escribe lo que te apetezca.