José Manuel Martínez Lechad me envió hace tiempo una cita de Para ser novelista, de John Gardner. ¿Qué opináis?
Sin duda es cierto que lo que salva al escritor la mitad de las veces es la locura que reina en su corrillo. Parte de quienes lo componen son necios: jóvenes inocentes que todavía no han pasado por la experiencia de valorar ninguna otra cosa que no sea escribir, y fanáticos que, tras haber sopesado otras posibilidades, han llegado a la conclusión de que escribir es lo único que merece la pena hacer con el cerebro. Otros son escritores natos: gente que valora otras actividades pero que no tiene deseos de hacer otra cosa que no sea escribir. (A la pregunta de por qué escribía ficción, Flannery O’Connor respondió: «Porque lo hago bien.») En todo grupo de escritores hay algunos que están por esnobismo: escribir o simplemente tratarse con quienes escriben les hace sentirse superiores; otros están (a pesar de su tal vez escaso talento) porque creen que ser escritor es romántico. Sean cuales fueren las razones o razonamientos de cada uno de estos subgrupos, juntos forman un grupo que ayuda al joven escritor a olvidar sus dudas. Independientemente de la calidad del profesor, el joven escritor puede estar seguro de que todos los anteriormente mencionados, por no hablar de esos tres o cuatro químicos que asisten por gusto a las lecturas, prestarán mucha atención a lo que haga. El joven escritor escribe, se siente inseguro respecto a lo que ha hecho y recibe elogios o, como mínimo, críticas constructivas –o incluso destructivas, pero de gente que, al menos en apariencia, tiene el mismo interés en escribir que él–.
Pues yo siento un poco de envidia porque no tengo círculo literario y creo que cuando tienes gente pinchándote avanzas más rápido :)
En mis tiempos universitarios me movía mucho por talleres y grupos varios, y la verdad es que era un ambiente de camaradería y retroalimentación muy agradable. En el otro extremo de la bohemia, recuerdo un taller que acabó centrado en los litros de cerveza y las montañas de colillas. El ambiente era, literalmente, ¡irrespirable!