Estaréis hartos de oírme decir que soy más de clásicos. Habría que precisar que los clásicos a los que me refiero son bastante recientes. La mayoría de mis lecturas se pueden emplazar en un margen de unos setenta años entre finales del siglo XIX y mediados del XX. Rara vez me atrevo a ir más atrás, por miedo a verme sobrepasado por la distancia sociocultural o meramente lingüística. Así, por ejemplo, me encantó Shakespeare cuando lo leí en la facultad, pero después no me he atrevido a retomarlo y lo sigo posponiendo. Lo más antiguo que he leído debe ser «Lisístrata«, que me pareció un poco aburrida pero cuyo juramento de castidad («… no elevaré mis piernas hacia el cielo…») aún me hace reír cada vez que me acuerdo.
Una de mis blogueras favoritas escribía hace pocos meses:
No creo que sea tan importante leer clásicos. Al fin y al cabo, si se leían en su época es porque no había nada mejor. Leo para divertirme. No leo para culturizarme, ni para ser mejor persona, ni para tener de qué hablar en los círculos gafapastiles. Leo para divertirme. Esto quiere decir que la elección de mis lecturas está determinada por un criterio básico: que me entretengan.
Personalmente, discrepo. Primero, porque no todo lo que se leía en su época habrá llegado hasta nosotros. Los textos menos interesantes, por dejadez de sus propietarios y a falta de más copias, se habrán perdido por el camino e incluso con algo de mala suerte los más interesantes, por audaces o críticos, se habrán ido perdiendo en las diversas quemas a lo largo de la historia, en monasterios medievales, cazas de brujas o campañas nazis. Del propio Aristófanes se estima que sobreviven menos de una cuarta parte de sus obras (que dicho sea de paso no se leían, sino que se veían representadas). Los clásicos que hayan llegado hasta nosotros no serán todo lo que hubo, pero es lo único que tenemos.
Y segundo, discrepo también porque los clásicos entretienen de diversas formas. Provienen de distintas épocas y culturas, así que meterlos todos en el mismo saco es un atrevimiento. A mí los clásicos siempre me resultan curiosos por una razón u otra. A veces descubres cuán temprana es una idea determinada (el gesto obsceno de levantar el dedo corazón data al menos del siglo V a.C.), o lo pronto que nació un cliché que hoy vemos repetido hasta la saciedad, bien sea una crítica a la monarquía o el mito vampírico. Otras veces descubres los significados que ciertas palabras tenían en otras épocas y, al verlas usadas en otros contextos, deduces cómo han llegado a adquirir su sentido actual. A menudo, simplemente, observas cómo vivía la gente en otros tiempos, como si de un «Gran Hermano» interdimensional se tratase. Todo eso me resulta de lo más entretenido.
Como escritores, además, tenemos cierto compromiso con la tradición literaria. Por ejemplo, la novela en que estoy trabajando describe un universo totalmente nuevo, así que, para «documentarme», añadí a mi cola de lecturas títulos como «Alicia en el país de las maravillas» o «Los viajes de Gulliver«. Este último, que ando leyendo estos días, me imponía cierto respeto porque se publicó en 1726 y dudaba mucho que tuviera algo que aportarme. Al contrario, me sorprendió descubrir la cantidad de temas que abarca. Estoy dando los últimos toques a una obra de teatro protagonizada por personajes de distintos tamaños (imaginad un «Cariño, he encogido a los niños» a la andaluza, para que os hagáis una idea), y no tengo chiste sobre tallas que Jonathan Swift no haya cubierto ya en sus «viajes» a Lilliput y Brobdingang. Más aún, sus ácidas críticas a los sistemas de gobierno occidentales son tan válidas hoy como lo eran hace casi trescientos años.
Total, que cuando Bloguzz me ofreció participar en la promoción de la nueva colección de RBA Los clásicos de Grecia y Roma pensé ¿quién dijo miedo? Contiene al amigo Aristófanes para que no se sigan perdiendo sus obras, al siempre citado y versionado Homero, las entretenidas fábulas de Esopo y así hasta 150 volúmenes. Los primeros ya están en mi buzón y pienso ponerlos no sólo como decoración en el estante sino también en la lista de espera. ¿Por cuál me recomendáis que empiece? ¿O por cuál empezarías tú?
Yo también me apunto a tu lista. Leí algún clásico de Grecia y Roma, pero hace mucho tiempo. Cuando era más joven devoré en un verano una colección que mis padres tenían en casa, entre aquellos volúmenes estaban: «El extraño caso del doctor Jekill y Mr Hyde», «La isla del tesoro», «Tom Swayer», «El hombre invisible»… Actualmente casi todo lo que leo son autores contemporáneos en lengua española. Creo que ya los he citado en este blog, algunos de ellos son: Antonio Soler, Muñoz Molina, Etxebarria, Juan Madrid, Marsé, Millás, Saccomanno, Sepulveda, Echenique… En cuanto al comentario de una de… Leer más »
OH! Cómo piensas representar una obra con personajes de distintos tamaños???
Yo empezaría por la Odisea… de hecho, es lo que hice… Me gustó mucho, es muy ameno.
Creo que ante viajar tan atrás en el tiempo, mis próximos clásicos van a ser Cela y Conan Doyle. Si finalmente me pillo el Kindle para navidades, caerán como churros ;D
Buena pregunta, joss, ¡está todo pensado! ;D