No es sangre lo que corre por las calles
de Bagdad, no te equivoques.
La señal del satélite ha debido confundirte.
Las manchas rojizas que salpican las aceras
son restos oxidados de casquillos
torpemente barridos por el viento.
Las pintadas que invaden paredes y murallas
no son nada comparable a los litros de tinta gastados
en el Washington Post, en el New Yorker,
y tantos otros rotativos estadounidenses.
Sólo en el Pentágono han gastado en fotocopias
más que en todos los graffiti del Estado.
Si realmente hubiera sangre por las calles,
¿no ocuparía acaso todas las portadas?
La foto más cruenta es siempre la más grande.
Ya te lo están contando: la pacificación
es inminente. El pueblo está siendo liberado.
Los periodistas no sufren fuego amigo para nada.
Los soldados no sufren fuego amigo para nada.
Han dejado atrás a sus familias
por una causa justa y necesaria.
Lo repiten en todas cadenas, ¿no lo has visto?
En esta vida, amigo, hay que estar informados.
No opinar a la ligera sin leer los periódicos.
Yo tampoco estuve, es cierto. Para eso
están las televisiones. La operación
fue rápida como un impulso eléctrico,
higiénica y precisa cual labor de cirujano.
Los cámaras no habrían podido hacerlo
de haber existido algún peligro.
Así que no es preciso atormentarse.
Si realmente hubiera sangre por las calles,
nuestras propias manos habrían de estar manchadas.
Vagaríamos, perdidos y culpables,
a lavarlas como una lady Macbeth,
empapados en sudor de pesadilla
pero es absolutamente innecesario.
Los ciudadanos no caen como hojas
una tarde rojiza de primeros de otoño
bajo un cielo de cúmulos naranjas
contra el gris del asfalto y se desmiembran.
Las personas son más sólidas que el aire.
Las ciudades son más sólidas que el aire.
Para descomponer una fachada se requieren
explosivos, proyectiles, dictadores,
y nosotros siempre fuimos un país civilizado.
Debes perder la fe en la destrucción.
Los poetas son unos mentirosos.
No así los periodistas. La verdad les brota
de las bocas como el agua de una fuente,
como brota el oro negro de un pozo petrolífero.
Es un trabajo digno, necesario y muy bien remunerado.
No se manchan las manos, si acaso, pintura del plató,
pero no sangre. Se parecen bastante a gobernantes.
Sus negros uniformes les delatan:
El suyo es un oficio muy serio y respetable.
No cometen errores, simplemente
determinan el menor de entre los males,
limpiamente. Si no hay sangre en las calles,
sus manos, sus conciencias, están limpias.
Tampoco corre sangre por las tuyas, si lo hiciera,
ese mando a distancia que sujetas
resbalaría y caería al suelo torpemente. No lo sueltes.
Con ese botón rojo controlarás el mundo.
No necesitas juntar párpados siquiera:
Tienes la oscuridad al alcance de los dedos.
Buenas noches.
Accésit General Verso, IX Certamen Literario «Torreón» (2007)
Pendiente de publicación (aprox. 2011)