Escribí «Reformas en el Dormitorio« para un «concurso de relatos erótico-pornográficos» allá por el 2007, intentando que fuese lo más sexualmente variado posible. En el último minuto me acordé de otro relato, «Pelillos al amar«, escrito un par de años antes y que, sin ser exactamente erótico, sí tiene un fuerte componente sexual. Presenté ambos al certamen y la peculiar Ediciones Patxi los premió conjuntamente y los publicó junto a otros ganadores en antología de relatos para adultos que aún seguía a la venta alrededor de 2016, pero que de momento parece estar agotada..
Reformas en el dormitorio
Una versión revisada y expandida de «Reformas en el Dormitorio« se publicó posteriormente en la antología Cuando calienta el sol, a la venta en físico y digital (y en Amazon).
Pelillos al amar
Sus labios se deslizaron colina abajo por la piel del extranjero. Él tembló un instante y dijo lo haces muy bien. A ella no le gustaba que hablaran, así que no dijo nada. Se limitó a seguir paseando su lengua por los muslos velludos de aquel desconocido. Luego se detuvo un momento para apartarse de la lengua uno de aquellos vellos largos y encrespados. Pelillos al amar, pensó irónica, pero el extranjero no pudo ver su sonrisa porque, mientras tanto, se había tumbado sobre la cama ya deshecha.
Pelillos al amar, pensó, y sintió que la invadía una extraña nostalgia mientras comenzaba a chupar aquel sexo que, de tan grande, resultaba desagradable. El extranjero jadeó un poco y dijo algo que ella no entendió, probablemente en una lengua extranjera.
En una ocasión, un hombre joven –más joven que el que ahora se acariciaba, desnudo, sobre su cama, y la sujetaba por la nuca– le había dicho que la quería. Pero ella no estaba escuchando. Cuando pudo darse cuenta él ya se había marchado. Comoquiera que nunca volvió a verle, supo que había mentido. Sin embargo, le hubiera gustado disfrutar de aquel momento, siquiera aquel instante de feliz espejismo. Pero ella nunca escuchaba cuando ellos hablaban, porque no le gustaba que ellos hablaran. No le gustaba que la llamaran nena ni zorra, ni que le dieran órdenes sigue, nena; más rápido, vamos; haz esto, nena, ahora haz aquello. Probablemente ninguno le preguntó jamás su nombre. Y si alguien lo hizo, ella no estaba escuchando.
El extranjero sacó el sexo de su boca y la ayudó a incorporarse. Después la acostó en la cama y se tumbó lentamente sobre ella. Dijo algo pero ella estaba pensando. Pensó que probablemente le dolería, que era demasiado grande para que no le doliera. Pero no le dolió, quizá porque él había lubricado con la boca antes de penetrar, o quizá porque estaba distraída pensando en otra cosa. Estaba pensando en sus ojos. Los ojos del extranjero eran claros y limpios, de un azul intenso, pero la observaban con una mirada turbia que no sabía interpretar. Tal vez no había nada más detrás de sus ojos claros; o quizá estaba concentrado en tener cuidado para no hacerle daño, o quizá estaba pensando en la mujer frente a quien, esta noche, ella no sería más que un sucedáneo.
El extranjero volvió a decir algo. Era la segunda vez que lo repetía, así que pensó que debía escuchar. Prestó atención. Él no dijo nada en un rato, pero luego dijo por tercera vez te quiero nena. Y eyaculó sobre el vientre de ella, que pensó que aquel amor había sido quizá el más breve posible.
El extranjero se dejó caer a un lado y respiró pesadamente. Ella aprovechó para airear su cuerpo sudado, y sacó de un cajón unos pañuelos de papel. Pensó en el dinero, si él pagaría sin rechistar o sería de los que la hacían perder veinte minutos discutiendo si se había ganado o no los malditos billetes.
Te quiero, nenita, oyó a su espalda, y un brazo velludo y sudoroso le rodeó la cintura. Ella se volvió y miró al extranjero a los ojos.
–Me gustas mucho, nena. ¿Crees que un tipo como yo podría salir con una zorrita como tú? –pensó un instante–. Ni siquiera sé cómo te llamas.
–Marta –dijo ella, y decidió que sería genial echarse un novio con una polla tan grande.