El mercado de Beluga

Contra el elitismo de los gafapasta y contra el tópico de «el cine español es una mierda», mi tocayo De la Iglesia publica un artículo en El País que es puro sentido común.

«La única manera de tener una industria más sólida es rodar. Un ejemplo: muchos dicen que nuestro problema son los guiones. Que no se nos ocurren historias que enganchen. Solución: si los guionistas trabajan, y en lugar de un guión escriben veinte, las historias mejoran. Yo conozco el sudor, el trabajo. La inspiración no existe: es un invento de los poetas, que tienen muchísimo tiempo libre. Si los técnicos mejoran, las películas mejoran. Es de cajón.»

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Del libro al cine, un viaje peliagudo

Copio el título del artículo publicado ayer en el diario El País. Trata un tema del que ya hablamos hace tiempo en el podcast: los intríngulis de la adaptación cinematográfica de obras literarias. La profusión de ejemplos que contiene ilustra la lucha de egos que suele suponer el proceso. El artículo es realmente interesante.

Mi opinión al respecto ya la conocéis. El objetivo de la adaptación debe ser una buena película. Si para conseguirla hay que ser fiel al libro, adelante. Pero una novela no se lee en dos horas, por lo tanto no cabe entera en un largometraje. En el instante en que se empieza a adaptar, la fidelidad es imposible. Inmediatamente se aplican dos modificadores inevitables: la tijera y el formato. Y de ahí derivan infinitos reajustes.

Intentar ser fiel es presuponerle a la novela una perfección impropia de obras humanas. Intentar ser fiel a menudo acaba por conducir a una serie de clichés que restan personalidad al film resultante: voces en off que respetan la voz narradora original en detrimento de la narración cinematográfica que debiera ser fundamentalmente visual; sobreabundancia de personajes o acontecimientos, con la consiguiente superficialidad de los mismos; falta de estructura y/o ritmo, etc. Y por supuesto, subyugar la creatividad de guionistas, directores, intérpretes y otros miembros del equipo creativo a una sola voz ajena al proceso cinematográfico es la definición de la palabra castrante.

Ciertos autores parecen olvidar que la película no sustituye a la novela. No la puede traicionar, puesto que no la reemplaza. Tampoco la completa, puesto que ya está terminada. Quizá novela y película sean primas hermanas, pero los pecados de una no condenan a la otra. Cada una tiene sus propios padres, responsables de su formación. Llevan existencias independientes.

No caigamos en el error de la cabra y comparemos lo que no tiene nada que ver.

Son incontables los ejemplos de adaptaciones libres que han pasado a la historia del cine por méritos propios, tomando sus originales literarios como inspiración y no como palabra sagrada. Ahí está el «Apocalypse Now« de Coppola, que respira los aires de «El Corazón de las Tinieblas« de Conrad pero los sopla sobre otras tierras. Ridley Scott apenas debía acordarse de qué iba el «¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas?« de K. Dick cuando finiquitó «Blade Runner«, a juzgar por su escaso parecido. El autor de la novela «Alguien voló sobre el nido del cuco« demandó a los productores por cambiar el punto de vista. Los fans de «El Señor de los Anillos« chillaban ante la aparición prematura de Arwen o la ausencia de Tom Bombadil. Al pensar en Hitchcock, ¿cuántos se acuerdan hoy de que «Psicosis« está basada en una novela «pulp» de Robert Bloch, o de que «La Ventana Indiscreta« , «Vértigo«, «Extraños en un Tren«, «Rebecca«… son todas adaptaciones literarias? Kubrick y Clarke escribieron juntos el guión y la novela de «2001: Una Odisea del Espacio« respectivamente, pero cada uno especializó su obra siguiendo derroteros totalmente diferentes. Estas enormes infidelidades no impiden que estos títulos se encuentren entre las mejores películas de la historia del cine. Y eso, queridos amigos, no hay escritor egocéntrico que lo discuta.

De compras:
«Apocalypse Now Redux« adapta «El Corazón de las Tinieblas« de Joseph Conrad.
«Blade Runner« adapta«¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas?« de Philip K. Dick.
«Alguien voló sobre el nido del cuco« adapta la novela de Ken Kesey.
«El Señor de los Anillos« adapta las novelas (La Comunidad del Anillo, Las Dos Torres y El Retorno del Rey) de J.R.R. Tolkien.
«Psicosis» adapta la novela corta de Robert Bloch.
«La Ventana Indiscreta« adapta el relato de Cornell Woolrich.
«Vértigo (De entre los muertos)« adapta la novela de Pierre Boileau y Thomas Narcejac.
«Extraños en un Tren« adapta la novela de Patricia Highsmith.
«Rebecca« adapta la novela de Daphne Du Maurier.
«2001: Una Odisea del Espacio« se escribió paralelamente a la novela de Arthur C. Clarke.

¿Creador o espectador?

Lo habitual al salir del cine con un grupo de amigos es comentar la película, y a menudo, cuando alguno de los más aficionados hacemos un apunte relativo al ritmo, la fotografía, el guión o tal o cual escena, siempre sale el listillo de turno a decir que «yo no me fijo en esas cosas: a mí la peli me gusta o no me gusta»; como si el hecho de comentar los árboles significara que no hemos sido capaces de ver el bosque.

Pero se equivocan (como será evidente para cualquiera que esté leyendo estas líneas, lectores, sin duda, aficionados al análisis y la creación). Como espectadores (o lectores, que al fin y al cabo es una función equivalentes) disfrutamos de la obra tal cual, sin prejuicios. Es después, al terminar, cuando la peli ya nos ha gustado (o no), cuando nos paramos a ver las causas de ese placer (o desagrado).

Como creadores, no debemos dejar que nuestra curiosidad por las estructuras y los intríngulis de las obras nos impida disfrutarlas. Si perdiéramos el placer, perderíamos también el interés. Dejaríamos de ser creadores para pasar a ser, no sé, científicos, meros observadores analíticos. Y la ciencia produce placer, sí, pero el arte no es ciencia. Del mismo modo que para escribir hay que sentarse a poner palabras una detrás de otra (y seguramente un poco de teoría al respecto nos pueda ayudar, puntualmente, a hacerlo), también debemos que disfrutar de la ficción tal cual, independientemente de que después, en las cervezas, destripemos a cada nombre que apareció en los créditos, exluyendo como mucho a los del catering.

También se obtienen ventajas personales con todo este proceso. Para empezar, el placer de una buena película se extiende más allá de su duración, abarcando todo el tiempo posterior en que paladeas sus detalles. Pero además, incluso a películas que no te gustan puedes encontrarles elementos de interés, con lo que al menos las dos horas no están perdidas del todo. Si eres de los que en IMDB sólo puntúa con ceros y dieces, piénsatelo: la ficción tiene muchas capas. «Matrix Reloaded« tenía unos efectos especiales de quitar el hipo, «Hellboy 2: The Golden Army« lucía un diseño de personajes capaz de despertar la imaginación de un ejército y «Lost in Translation« (bostezo)… bueno, no me acuerdo porque casi me duermo, pero algo bueno tendría. Son los primeros ejemplos que me vienen a la cabeza. Sin duda hay pelis aún peores con elementos aún mejores.

De lo que podría sacarse otra conclusión: no sólo hay que seguir a los grandes. No sólo hay que ver a Hitchcock y Welles y Kurosawa. También se pueden sacar ideas de los Wachowski, de Michael Bay o de Ed Wood, si somos capaces de ver lo bueno que cada uno tenga que ofrecer, sea poco o mucho. Y por supuesto, también se aprende mucho de los errores.

Si el que no se fija en esas cosas vota tu corto en Youtube con un cero, no te ofendas. Otro votará con 5 estrellas. Como espectadores, no dan para más (sin duda tendrán cosas buenas que ofrecer en otros campos). Nosotros en cambio, como aficionados a la ficción, contamos con más herramientas que usar cuando sean necesarias. El fontanero no disfruta menos que el adolescente del sexo en la ducha… si se quita el mono de trabajo y deja el equipo en la furgoneta. El autor carga con sus pertrechos todo el tiempo, porque los lleva en la cabeza (exceptuando bolígrafos y diccionarios, vale), pero no tiene que pensar todo el tiempo a través de ellos. Los talleres literarios deben servir precisamente para rellenar de herramientas ese cajón. Del escritor depende no lastrarse cargando con él a todas partes, sino dejarlo a mano para cuando necesite una o la otra. Por ejemplo, al salir del cine, cuando un amigo diga «yo no me fijo en esas cosas: a mí la peli me gusta o no me gusta», querrás tener a mano la llave inglesa para pegarle con ella en la cabeza.