por JorgeA el 25 Mar 2009, 04:23
Hola. Finalmente tengo mi texto. Son mil palabras exactas, sin contar el título y la firma. Se aceptan todo tipo de críticas, preferentemente las malas que son las que verdaderamente enseñan. Ojalá lo entiendan y les guste.
Vida
Las lágrimas que el cielo había derramado durante toda la noche dieron paso a un día fresco, en el que sólo el soplido producido por el viento, al rozar con las ramas de los árboles, rompía la monotonía y el silencio de las tristes calles, colmadas de ausencias.
Era viento otoñal, que al mover con rutinaria insistencia la copa de los Sauces, despojaba a éstos de cada una de sus marchitas hojas, dejándolos desnudos e imponiéndoles, a la fuerza, un aspecto melancólico, incluso, a pesar de estar bañados por la brillante luz solar de la avanzada mañana. Luz intensa que, sin embargo, era atenuada al atravesar el amplio ventanal con vidrios difusos del salón principal del único edificio de los alrededores, que iluminado en forma envolvente, imponía a las figuras de quienes estaban en su interior, una imagen nítida, aunque carente de contraste, sin sombras duras que dieran a los rostros y cuerpos un aspecto serio y adusto sino todo lo contrario, potenciando el clima jovial y distendido que se disfrutaba allí adentro, como todos los demás días, mientras cada cual se dedicaba a lo suyo.
Pero esta vez, la situación sería distinta.
Un nuevo integrante del grupo, recién llegado al pueblo, se convirtió en motivo de distracción para el resto, atrayendo hacia sí, todos los susurros, comentarios y miradas. Furtivas, discretas, disimuladas, o explícitas, todas ellas, enfocaban hacia él, que a su vez, era totalmente indiferente a lo que allí acontecía.
En su cara de rasgos armónicos, piel clara, con imperceptibles arrugas, nariz pequeña, boca de labios varoniles, dientes parejos y blancos, cabello rubio prolijamente cortado, mandíbula suave bien afeitada, y frente amplia, brillaba un par de enormes ojos color azul del amanecer.
Su cuerpo era robusto, bronceado, de músculos elásticos que resaltaban claramente bajo la remera, y las piernas bien formadas eran suficientemente fuertes como para sostener aquel físico imponente agraciado en cualidades. Su mirar ausente, transmitía paz, al tiempo que los movimientos relajados que realizaba invitaban a observarlo sin demasiados reparos, mientras cumplía con una rutina que le permitía sentirse bien, ágil, deseado, seguro de sí, seductor.
Con todos esos atributos, no había mujer que pudiera evitar la tentación de mirarlo, suspirar, fantasear, desear tenerlo junto a sí. Todas intentaban encontrar una forma de seducirlo y, si fuera necesario, estaban dispuestas a competir por él, aunque momentáneamente, sólo lo disfrutaban en forma pasiva, pero luchando, cada una consigo misma, vanamente, por mantener a raya la inquietud que aquella presencia les producía.
Una, se abanicaba el acaloramiento con las manos de forma seductoramente amanerada; otra, muy tímida, bajaba la vista ruborizada por los secretos pensamientos que en su mente se tejían; y una tercera tenía en los ojos un leve velo causado por pequeñas lágrimas brotadas por la emoción que le causaba aquella imagen tan cercana. El resto, hacía distintos esfuerzos por controlar el nerviosismo y no echársele encima con desesperación. Jovencitas o maduras, la totalidad de ellas estaba cautivadas por su presencia y con la sangre alborotada por la situación.
Los hombres, en cambio, lo miraban con recelo. Algunos sentían envidia y otros lo consideraban un exponente con quien era imposible competir. Y entre todos formaban dos bandos: los que estaban dispuestos a unírsele, con la esperanza de ganar alguna de las mujeres que desechara, y los que preferirían sacarlo del medio por ser un motivo de distracción femenina que provocaba el absoluto desinterés por ellos.
Pero él, ajeno a todo aquello, sólo tenía en mente una silueta, de la que no apartaba la vista. Aquella cintura sutil lo atraía, y la transparencia y fragilidad de su cuerpo, del que se desprendían pequeñas gotas de humedad, que la recorrían resaltándole la atractiva figura, lo invitaban a acercársele para tomarla en posesión. Y eso decidió hacer.
Dejó a un lado lo que tenía en las manos y caminó directo hacia ella pasando entre todos las mujeres que, al verlo moverse, suspendieron las actividades y con poco disimulo buscaron su mejor pose para intentar atraerlo cuando les pasara cerca, usando para ello todos los recursos que la experiencia les había obligado a aprender, lícitos y no tanto. Bajada de ojos, sonrisitas cómplices, miradas sugestivas, otras miradas deliberadamente provocativas, guiños, mohínes, lágrimas, manoseo del cabello, fingido desinterés, un pañuelo caído al suelo, resaltado de glúteos y pechos, meneos de cadera, exposición aparentemente casual de una pequeña fracción de la ropa interior, sutil movimiento de la lengua y muchos otros; incluso hasta olores, provocados por algún humedecimiento intencional de ciertas partes íntimas que sabían controlar muy bien. Pero nada de eso les sirvió. Finalmente, todas experimentaron decepción ante el evidente rechazo que sintieron por el trato indiferente que él les propinó con su desinteresado andar.
Y es que en la mente, sólo tenía un objetivo, del que no apartaba la vista. Cuando al fin llegó a donde estaba aquella que realmente lo atraía, se le detuvo enfrente y la observó detenidamente, gozando con lo que veía, sabiendo que quería poseerla, que la necesitaba, que era ella lo único que le importaba en ese momento, que deseaba sentirla, disfrutarla, convertirla en parte de sí. Entonces, luego de algunos minutos de extasiada contemplación, tras estirar con naturalidad el brazo derecho, la tomó de la cintura suavemente con la mano, sintiendo su frescura, experimentando con todo el sentido táctil la textura de sus formas, y la acarició dulcemente, para luego, con tanta naturalidad como ferviente deseo, posar su boca sobre la de ella y...
Y beber todo su hidratante ser interior, insípido, incoloro, fresco, colmado de minerales nutritivos y saludables; saciándose y reconfortándose al tiempo que el contenido de ella, al asimilarse dentro de él y distribuirse adecuadamente entre cada uno de los órganos vitales, pasaba a formar parte, finalmente, de su sangre, consiguiendo que ambos, entonces, se conviertan en un ser único, portado definitivamente dentro de aquel exquisito, musculoso y varonil cuerpo, dejando en el olvido el de ella que, vacío, carente de sentido, era abandonado a su suerte, corriendo un destino incierto.
Dr. Howard