Fallece J. D. Salinger (o no)

Hace sólo unos meses me sumergía en la lectura de «El Guardián entre el Centeno» (tarde, todo hay que decirlo: es un libro perfecto para la adolescencia) e incluso compartía mis impresiones con vosotros (más como escritor que como lector).

Hoy leo que su autor, J. D Salinger, ha fallecido a la edad de 91 años.

Para los que estamos acostumbrados a leer a más autores muertos que vivos, estas noticias no parecen tener tanto impacto como para quienes siguen a su autor contemporáneo favorito con el ansia diaria del fan (fechas de lanzamiento, firmas…). Para mí, Salinger sigue tan vivo hoy como ayer: su obra sigue en mi estante y en millones de estantes más, y no ha perdido ni un ápice de fuerza.

… Y creo que esa es la principal razón por la que escribo.

Primer

Poster de PrimerHoy mencionaba de pasada Vigalondo en su Twitter (muy gracioso, por cierto, os lo recomiendo) la película Primer, que recuerdo como uno de los bostezos más grandes en la historia del cine. A mi acompañante le encantó, vamos, se pegó una siesta de dos horas memorable. Hasta la butaca se acuerda, todavía. Me llama a veces y me dice, eh, qué tal, ya no venís a dormir nunca…

Y me preguntaba yo otra vez por qué aquella peli independiente de ciencia-ficción (con énfasis en lo de «ciencia») sobre paradojas temporales incomprensibles (¡con lo que me gusta a mí una peli que no se entiende!) pasó por mis retinas con mucha (mucha) más pena que gloria.

Recuerdo que empezó a no gustarme desde muy al principio, cuando los protas andaban dando vueltas por su garaje montando cacharritos y soltando palabrería científico-técnica como si les fuese la vida en ello, o más bien como si llevasen toda la vida haciéndolo. Ahí empezó a fallar: lo que decían no tenía sentido. Y no es que no lo entendiera. Mis conocimientos de física son limitados, pero estudié ingeniería informática un par de años así que no soy del todo virgen en la materia. El caso es que mucho de lo que decían estaba fuera de mi alcance. Pero algunas cosas sí las entendí… y estaban mal.

A partir de ahí, todo lo que salía por sus bocas empezó a parecerme palabrería pedante de guionistas que intentan hacerse los listillos sin saber de lo que hablaban. Lo que me devuelve a la pregunta: ¿cómo semejante guión tuvo tanto éxito de crítica?

Pero hoy se me ha encendido la bombilla: ¡es que yo vi la película doblada! ¿No estará ahí el quid de la cuestión? ¿Y si los guionistas se documentaron debidamente pero los traductores no lo hicieron? (Esto ya parece un post de mi compañero Pablo Muñoz en vez de mío, pero sed pacientes.)

Así que me ha entrado la duda. ¿Debería volver a ver la peli, esta vez en versión original? ¿O seguirá siendo igual de mala, y volveré a perder otras dos horas de mi vida? Si alguno de vosotros la ha visto, decidme, ¿qué os pareció?

Pero a lo que iba todo este rollo: cuando escribais una historia del tipo que sea sobre el tema que sea, documentaos. Siempre (siempre) habrá espectadores que sepan más que tú sobre cualquier tema, y no por eso hace falta convertir tu película (o tu novela) en una enciclopedia (aunque a Reverte le funciona… entre otros); pero si lo que escribes es mentira o no tiene sentido… ¿Recordais lo que dije hace tiempo en el podcast sobre suspensión de la incredulidad? Pues se va a tomar viento: el espectador se vuelve incrédulo y el resto de tu historia no le interesará lo más mínimo.

Escribid sobre lo que conocéis, y aquello que desconozcáis… aprendedlo.

Literatura de género(s)

En la reciente entrada sobre Isabel Allende recibo un comentario firmado por Airam, quien protesta por cierta expresión que utilicé, concretamente: «La Isla Bajo el Mar ofrece lo que se puede esperar de un best-seller contemporáneo escrito por una mujer». Como responderle va a dar lugar a reflexiones interesantes, muy ligadas además a la última sesión del podcast, lo hago aquí más extensamente.

Mi crítica no intentaba ser despectiva hacia Allende en absoluto, a quien creo (espero) haber dado a entender que respeto como autora aunque personalmente no me interese su literatura. Tampoco, lógicamente, hacia las mujeres o lo femenino. En todo caso, pretendía ser crítica con el mercado editorial, y en particular con los best-sellers.

Como he dicho al principio, este asunto guarda estrecha relación con lo que comento en la sesión 17 sobre conseguir la empatía de los lectores gracias al parecido de nuestros protagonistas con ellos. En caso del mercado femenino (por llamarlo de alguna manera), las novelas suelen estar escritas por mujeres, protagonizadas por mujeres, y dirigidas mayoritariamente a mujeres. Sí, existe la literatura femenina, del mismo modo que existen la literatura infantil o la literatura homosexual, si no en términos artísticos, al menos sí en términos comerciales. A veces curioseo un foro americano sobre escritura de novela rosa, y una pregunta recurrente es por qué este subgénero muy raramente está protagonizada por hombres. La respuesta: porque las lectoras suelen ser mujeres y sería más difícil empatizar con ellas.

Pero atención: también existe la literatura masculina, y la presunción de Airam de que no la denunciaría me ha dolido: los típicos best-sellers de agentes secretos (Ludlum) o abogados (Grisham) están escritos por hombres, protagonizados por hombres, y dirigidos a hombres.

No es que esta sectorización haga al típico best-seller ni mejor ni peor como forma de entretenimiento. Los hace más comercializables (si tal palabro existe), porque los hace más predecibles, y al comprador le gusta saber que  aquello por lo que paga es lo que espera. Recordad que no es bueno frustrar las expectativas del lector, y las expectativas ya comienzan en un nombre famoso. Imagina que compras lo último de Allende y te encuentras un ensayo sobre Guantánamo o una colección de historias cortas de ciencia-ficción; imagina el número de lectoras frustradas.

Esta predictibilidad forzada de los autores best-sellers les quita a menudo capacidad de sorpresa o de inventiva. Se sienten cómodos en sus clichés (o se ven obligados por sus editores a cumplirlos). Personalmente, la falta de sorpresas no me motiva como lector, pero eso no desmerece de estos autores. Cada uno de ellos y de ellas tienen oficio a sus espaldas como para enterrarme en títulos hasta hacerme callar, y le han dado más horas de entretenimiento a millones de lectores de las que cualquier artistilla con aspiraciones  (como yo) podría soñar. Así que si te gusta Allende, lee a Allende. Yo en cambio tengo en lista de espera mis últimas adquisiciones de Pynchon, Hemingway, Machen y Alan Moore (¡curiosamente todos hombres, ahora que me fijo!), y me despierta más curiosidad no saber lo que voy a encontrarme.

¿Somos lo que leemos? ¿O leemos lo que somos? Y tú, amigo lector, amiga lectora: ¿quién eres y qué tienes en el estante?

La humildad

Lo primero que deberían enseñar las escuelas de cine es humildad. O como decía la bruja Avería, desenseñar a desaprender. Quitarnos esquemas preconcebidos a abrirnos de orejas. Empezar de cero.

De eso habla Vigalondo en su último post, que invita a la reflexión. Por ejemplo, la de David Muñoz… o la de cada cual.

La creatividad de Einstein

De la ciencia a la ficción media un mundo o sólo hay un paso según el camino que cojas, pero esta cita atribuida a Einstein tiende un puente entre ambas:

“Una nueva idea llega de repente y de forma intuitiva. No se llega a ella a través de conclusiones lógicas conscientes. Pero, pensando en ella después, siempre puedes descubrir las razones que te han conducido inconscientemente a tu intuición, y encontrarás una manera lógica de justificarla. La intuición no es más que el resultado de la experiencia intelectual previa”.

Me la he encontrado en el blog del guionista David Muñoz Así (No) Se Hizo, y aporta algo de luz adicional a aquel debate sobre si funciona mejor reescribir o planificar.

Donaciones y otras cuestiones

El amigo Jorge Montes, desde México, ha tenido el honor de convertirse en el primer oyente en realizar una donación para el podcast. Mis cálculos son que si un 5% de los oyentes habituales realizase una donación personal de 10 euros, los gastos del servidor quedarían cubiertos durante un año. ¿Qué te parece? ¿Te animas?

Jorge aprovecha también para lanzar un par de preguntas:

En un mundo gloablizado donde aspiramos a que nuestras obras traspasen fronteras, ¿cómo escribir los diálogos de una forma más universal y que no se escuchen falsos? Me explico mejor, yo vivo en México y mis referentes, son de acá conozco cómo hablan los jóvenes de acá, pero si aspiro a concursar en un certamen de novela o guionismo internacional me surgen dudas sobre si debo eliminar los localismos y tratar de escribir en un tono neutro, lo que le resta algo de color a las obras. ¿Cómo se enfrenta un profesional ante este reto?

La pregunta tiene miga, y no creo que exista una respuesta clara. Yo, que leo mucha más literatura anglosajona que hispanoamericana, desconozco los matices que los autores «profesionales» (si es que eso existe) dan a sus obras. No son muchas las películas mexicanas o argentinas que llegan a España, pero las que lo hacen no prescinden de sus formas y acentos. Si lo intentaran, serían seguramente artificiosas y falsas. Algunos directores han optado por rodar en inglés, los más grandes quizá (al menos comercialmente) como Del Toro, Cuarón, Amenábar, Iñárritu… Después de todo, el inglés es el idioma de la globalización, ¿no? Pero lo importante, creo yo, es que el autor se sienta cómodo con lo que está escribiendo. Del mismo modo que no puedes escribir sobre unos personajes que no te interesan o no saldrá nada bueno de una historia que tú no te crees, tampoco puedes utilizar un acento que no sientes como tuyo. Busca un lenguaje que sea auténtico para tu historia y tus personajes. Si son de hoy, son de México y son de la calle, deja que hablen como hablan los mexicanos contemporáneos en la calle. Cualquier otro caso te dará otras voces. Recuerda: lo universal se alcanza a través de lo local, del mismo modo que la idea se alcanza a través del ejemplo (o la abstracción se comprende a través del caso concreto).

También quisiera hacerte una sugerencia para el taller y esta es que en algún programa hables sobre algunas estrategias para lograr que nuestro trabajo se vea publicado o filmado. ¿Cómo acercarse a las editoriales, agentes literarios, concursos o productoras? Sé que quizá no es tema de un taller de creación, pero creo que muchos de los que te seguimos tenemos la intensión de no sólo escribir como pasatiempo y nos serviría conocer tu experiencia.

En efecto, este es un tema que queda totalmente fuera de las intenciones del taller, que se centra en crear historias, por lo que dudo que por mucho tiempo le dedique una sesión a ese tema. Además, siento un autor amateur yo mismo, sería pretencioso decirle a nadie cómo verse publicado. Mi mejor consejo es que saques tu trabajo a la calle, de la forma que sea. Te puedo dar las ideas de las cosas que he probado: escribir una novela «en directo» a través de un blog (poca repercusión, internet no es lugar para leer novelas); rodar mi propio corto (algunos premios y uno de los más vistos en Youtube en castellano); enviar trabajos a todo tipo de certámenes y concursos, empezando por aquellos locales y más modestos (los rechazos te enseñan modestia y los premios señalan tus puntos fuertes); escribir guiones para directores amigos (sin el esfuerzo de rodarlos tú mismo, te aseguras de que salen a la calle); etc. ¡Por no hablar del podcast! En la mayoría de los casos, la respuesta no es proporcional al esfuerzo invertido, pero el primer beneficiado es uno mismo, que va ganando experiencia como escritor. El feedback, a través de las reacciones de público, amigos, lectores o jurados, puede ser un bonus significativo. Por supuesto hay autores que le tienen fobia a esta faceta de la profesión. Quienes se vuelcan en algo esperando resultados y sin pasión, no llegan a nadie, así que de nuevo deberás ver con qué te sientes cómodo y qué te apetece hacer.

Esos son mis consejos para ti, amigo Jorge, pero seguro que de nuestros colegas tendrán algo que aportar en los comentarios…

Lo que no sucede y sucede

Mañana en la Batalla Piensa en Mí«Cuando se habla de la vida de un hombre o de una mujer, cuando se hace recapitulación o resumen, cuando se relata su historia o su biografía, sea en un diccionario o en una enciclopedia o en una crónica o charlando entre amigos, se suele relatar lo que esa persona llevó a cabo y lo que le pasó efectivamente. Todos tenemos en el fondo la misma tendencia, es decir, a irnos viendo en las diferentes etapas de nuestra vida como el resultado y el compendio de lo que nos ha ocurrido y de lo que hemos logrado y de lo que hemos realizado, como si fuera tan sólo eso lo que conforma nuestra existencia. Y olvidamos casi siempre que las vidas de las personas no son sólo eso: cada trayectoria se compone también de nuestras pérdidas y nuestros desperdicios, de nuestras omisiones y nuestros deseo incumplidos, de lo que una vez dejamos de lado o no elegimos o no alcanzamos, de las numerosas posibilidades que en su mayoría no llegaron a realizarse -todas menos una, a la postre-, de nuestras vacilaciones y nuestras ensoñaciones, de los proyectos frutradosy los anhelos falsos o tibios, de los miedos que nos paralizaron, de lo que abandonamos o nos abandonó a nosotros. Las personas tal vez consistimos, en suma, tanto en lo que somos como en lo que no hemos sido, tanto en lo comprobable y cuantificable y recordable como en lo más incierto, indeciso y difuminado, quizá estemos hechos en igual medida de lo que fue y de lo que pudo ser.

Y me atrevo a pensar que es precisamente la ficción la que nos cuenta eso, o mejor dicho, la que nos sirve de recordatorio de esa dimensión que solemos dejar de lado a la hora de relatarnos y explicarnos a nosotros mismo y nuestra vida.»

Javier Marías, en el epílogo a «Mañana en la Batalla Piensa en Mí» (1994)